Comentario sobre "El asesinato del capitán Laurent", de Pedro Peretti

(4 de diciembre de 2016)

unas líneas que envié al autor
Pedro:
acabo de terminar “El asesinato del capitán Laurent”. Está muy bueno, merece una felicitación explícita y fehaciente.
Lo más importante, el rescate de esas luchas y el recuerdo merecido –ya apologético, ya condenatorio- de aquellas dignidades y aquellas injusticias, de aquellos héroes y aquellos tiranos.
No tenía idea de la dimensión y características del conflicto entre personalistas y antipersonalistas. Ojalá pudiera eximirme ser entrerriano, pero en tantos años vividos en Rosario tendría que haber indagado en esa historia. Más todavía teniendo, como te dije, familia materna tan santafesina y vinculada a los antipersonalistas de la capital provincial. Mi abuela, que murió en 2010 centenaria en Paraná, nos hablaba sobre aquellos tiempos y personajes, pero no recuerdo menciones a los desmanes del cepedismo en el lejano sur provincial. Le voy a prestar el libro a mi madre, que también le escuchó aquellos cuentos.
He visto que un recaudador de Villa Constitución que mencionás sobre el final es de apellido Risso Patrón. Mi abuela solía contar la historia del asesinato del coronel Risso Patrón en algún pueblo cerca de Santa Fe, hacia Esperanza, en alguna elección cuando el fraude patriótico de la década infame. Contado desde el lado de los buenos, un radical caído en defensa del sufragio, honrado popularmente en la Plaza de Mayo al pasar en cortejo fúnebre. Vaya a saber. Un coronel Risso Patrón –supongo que habrá sido el mismo- integró el tribunal militar que condenó a muerte al anarquista Di Gioavnni apenas después del golpe uriburista del ’30. Más de una vez encontré descendientes de aquel coronel, y fue su historia la que me vino a la mente apenas me comentaste que estabas escribiendo la de Laurent, que no conocía. Historias olvidadas como tantas radicales de esas épocas.
Muy cierto lo que señalás por ahí sobre cómo todos aligeraron sus mochilas políticas para reconvertirse. Unos por venderse a sus enemigos, otros para sumarse a movimientos nuevos para seguir peleando contra ellos. Quedar preso de recuerdos puede no ser siempre bueno, pero abjurar de la memoria nos vuelve sombras.
Importante el encuadre que le das en tres sentidos.
Por un lado –repetida, machaconamente- el ideológico en el sentido profundo del término, aclarando qué se discute, cuál es el sentido de justicia, libertad e igualdad, y cuáles son los intereses en pugna que persistentemente se manifiestan, expresan y disputan.
Por otro, cómo los medios de comunicación siempre toman partido; y cómo los de la oligarquía velan, mienten y ocultan el conflicto de la manera más cínica y descarada; cómo acusan de dividir y generar resentimiento a quien devela sus iniquidades.
Por último, al señalar la dinámica de los actores, ciertas continuidades familiares y –sobre todo- cómo las capillas partidarias o ideológicas han tendido a confundir la historia al cristalizar visiones de los partidos que fueron mucho más complejas e interconectadas cuando los hechos se sucedían. Me refiero a los puntos de acuerdo y vasos comunicantes entre facciones radicales, demoprogresistas y socialistas. Pienso como vos que las visiones forjadas en la posguerra sesgaron la mirada y la ideologizaron inútilmente, consagrando relatos parciales como totalidades o esencias partidarias. El duelo famoso entre Yrigoyen y de la Torre es una de ellas, el peronismo como fundacional, surgido de la nada, o como importación de rezagos del Eje es otra; lo mismo que las de distintas izquierdas. Situarlas, mostrar continuidades y reacomodamientos de gentes de carne y hueso, que hacen lo que pueden o lo que les sale en los contextos que se les presentan, es un acierto que merece destacarse. Igual que la valoración de esos procesos, imperfectos, incompletos, no buscando el pelo en la leche sino por, usando tus palabras, su tránsito.
Valioso el rescate de aquellas individualidades locales. Merecido acto de justicia contra el olvido. En esas historias paceñas se reviven otras tantas, de tantos otros lugares, tan plenas de dignidad o miseria como a la espera de la pluma que las rescate. Tan importante volver a la vida ecos de los Gallardo, Ferraroti o Laurent, como condenar la infamia de los Rodeiro y los Cepeda, que si no pasan por próceres.
No dejo de permitirme tres críticas fraternas para la segunda edición: por momentos la secuencia temporal no luce ordenada y precisa. Hay repeticiones innecesarias. Admite una corrección de estilo, y algunos nombres aparecen escritos ya de una manera, ya de otra.
De todos modos no es imprescindible. En un mundo que abandona la Galaxia Gutemberg y en que los jóvenes leen distinto, no faltará el semiólogo que pueda presentar las dos primeras críticas hasta como mérito, o como moderna adaptación a las nuevas tendencias. Mera exigencia de viejos nostálgicos o profesoras normalistas de castellano.
Sobre el estilo, es mucho mejor que ése académico que abunda tanto, de citas para sumar puntos y para ser citado.
Por otra parte nunca debemos olvidar el consejo indulgente de dos grandes escritores: del inglés Lewis Carroll, “cuida el sentido, que los sonidos se cuidarán solos”, cumplido con rigurosa virtud; y de nuestro gran Bustos Domecq, “como la literatura en su origen, Nierenstein se redujo a lo oral, porque no ignoraba que los años acabarían por escribirlo todo”.
Te mando saludos y agradezco la dedicatoria.
– s.r. -

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