Sergio A. Rossi

Cuarenta años es mucho tiempo. A mediados de 1980 yo transitaba mi tercer año en Rosario y en la Facultad de Ingeniería. La carrera me gustaba mucho y sentía la pequeña vanidad de que me iba muy bien con los estudios. Años atrás, con la clausura dictatorial y al volcarme a disfrutar de las ciencias exactas,   la política había desaparecido de mis afanes intelectuales, y estaba por cierto fuera de mi agenda de actividades. Mis lecturas se repartían entre las exigencias de la física y las matemáticas, la revista Investigación y ciencia , aquellas ediciones de ciencia ficción de Minotauro y EMECE, Lewis Carroll y Jonathan Swift, Toynbee, Huxley y Por qué no soy cristiano , de Rusell. Pero a comienzos de aquel año 80 empezó a enturbiarse aquel reino de formas puras y abstractas, de cristal y de acero pulido. Por un lado el malestar por la dictadura se me volvía cada vez más ominoso. El año anterior, en el desfile militar junto al Monumento a la Bandera, la satisfacción patriótica se

"Disfruta de tus planes, así como de tus logros" , dijo el poeta. La llegada de algo más de 10.000.000 de dosis de vacunas es una tranquilidad enorme para quienes han podido ya ser vacunados, y una esperanza para los que todavia aguardamos. Tranquilidad y esperanza que se han podido ir haciendo lugar a pesar de la ignorancia de los necios antivacunas; del cinismo de los agoreros que decían que se envenenaría al pueblo pero fueron corriendo, quejosos, a vacunarse; de los mercaderes que hacen propaganda para laboratorios; y de los zonzos que padecen ese largo sueño embrutecedor al que los sometieron, destilando odios ajenos, "marca extrema del servilismo" al decir de JLB. Falta mucho, quedan todavía muchos compatriotas sin vacunar y que la pasan mal por los efectos de la peste. Tenemos que trabajar más. Trabajar contra la peste, sus consecuencias y la pesada herencia que dejaron los que destruyeron la economía y el sistema de salud de los argentinos, los mismos que sa