40 AÑOS
Cuarenta años es mucho tiempo.
A mediados de 1980 yo transitaba mi tercer año en
Rosario y en la Facultad de Ingeniería. La carrera me gustaba mucho y sentía la
pequeña vanidad de que me iba muy bien con los estudios.
Años atrás, con la clausura dictatorial y al
volcarme a disfrutar de las ciencias exactas,
la política había desaparecido de mis afanes intelectuales, y estaba por
cierto fuera de mi agenda de actividades. Mis lecturas se repartían entre las
exigencias de la física y las matemáticas, la revista Investigación y ciencia, aquellas ediciones de ciencia ficción de
Minotauro y EMECE, Lewis Carroll y Jonathan Swift, Toynbee, Huxley y Por qué no soy cristiano, de Rusell.
Pero a comienzos de aquel año 80 empezó a enturbiarse aquel reino de formas puras
y abstractas, de cristal y de acero pulido.
Por un lado el malestar por la dictadura se me
volvía cada vez más ominoso. El año anterior, en el desfile militar junto al
Monumento a la Bandera, la satisfacción patriótica se me hizo esquiva. Detrás
de Videla en el palco se leía a Belgrano escrito en la piedra: “Cuan execrable es el ultrajar la dignidad
de los pueblos violando su Constitución.”
Por otra parte me deslicé a leer y releer a
todo Sabato, con su crítica al cientificismo y su deriva hacia otros
escritores. Volví a leer a Hesse, a Kafka y a Melville, me atosigué con los rusos y las
novelas de Sartre y de Camus y otros por el estilo.
El
hombre rebelde me hizo repensar mucho sobre esos libros y esos
autores; y en medio de esas lecturas me topé, de visita en casa de unos amigos,
con un libro de título curioso: Manual de
zonceras. Lo pedí prestado y lo leí de un tirón. Me arrimó un poco a la
política nacional y a una mirada sobre el peronismo de la que carecía. Siempre
lo había mirado con desconfianza. Mis familias paterna y materna, socialista y
radical; mis padres, críticos al peronismo que decían que todos los que
vinieron después fueron peores. Hurgando un revoltijo de libros apilados atrás en
la vieja librería Fénix, frente a la Biblioteca Popular, encontré otra
maravilla: Los profetas del odio y la
colonización pedagógica.
Esa demostración no encajaba, claro, con mis
valoraciones, entornos y circunstancias, pero tenía el rigor casi matemático de
la seriedad profesional del Tío Lucho, hombre de una honestidad intelectual
acendrada. Busqué otro libro que nunca había leído, el de su hermano, mi
bisabuelo Julio. Ahí encontré un discurso donde él, tras la caída de Yrigoyen y
justamente por eso y aún con críticas, consideraba imperioso apoyarlo y
reivindicarlo en la desgracia, y por tanto decidía sumarse a militar en el
radicalismo.
Vida
y muerte de López Jordán, de
Fermín Chávez, y Cien años de soledad, leyendo
en clave política al coronel Aureliano Buendía, me señalaban un camino, pero yo
quedaba suspendido en la trayectoria, como el Aquiles de la Paradoja de Zenón,
o como los reflexivos que nunca actúan
de Bertold Brecht y su Loa de la duda.
En esas preocupaciones andaba cuando una tarde dejo un rato de estudiar en el departamento de Rioja y 1º de Mayo en que vivía y salgo a caminar por la peatonal. Paso por el kiosco de calle Laprida, miro como en cada uno todas las revistas exhibidas y veo una tapa que me llama: Martínez de Hoz disfrazado con uniforme y gorra militar, y unos dólares por charreteras. Revista Línea. Le compré ese número 3, temeroso, a un kiosquero que me pareció tan temeroso como yo. Recordando el 1984 de Orwell dudé si era deshielo dictatorial o una trampa para cazar disidentes. Practiqué un absurdo cuidado, y en vez de volver a casa por Córdoba hacia el monumento, me metí por la galería Santa Fe y di unas vueltas ridículas para despistar servicios de inteligencia. Llegué al departamento por caminos improbables y leí la revista de un tirón. Al otro día volví y le pregunté por los números anteriores “de esa revista que tenía ayer”. Me pareció que se hacía el zonzo y que hacía como que de casualidad sacaba de una pila los dos ejemplares.
En aquella época casi nadie publicaba contra
la dictadura. Exceptuando la absurda y nefasta revista Cabildo, que la criticaba
por moderada, sólo HUM(O)R venía siendo un espacio de cuestionamiento, en un
equilibrio inteligente que, desde la sátira, punzaba a los tiranos. Línea se
sumaba al ruedo, con una estética moderna, de tapas y contratapas irónicas y
llamativas, y con una mezcla de rigor y profundidad ideológica, amplitud
política sin sectarismo, y definiéndose con claridad como anti dictatorial,
anti oligárquica, nacionalista y popular.
Yo la compraba, comentaba y difundía, sin tomar
partido. Cultivamos un hábito con Pablo y Abraham, que vivían cerquita de la
plaza Sarmiento. Ellos compraban HUM(O)R y yo compraba LÍNEA, y nos juntábamos
con amigos en su departamento a comentarlas. Así estuvimos unos meses.
El 3 de abril de 1981 compro la número 9. Una
tapa con el nuevo presidente yanqui, Ronald Reagan, disfrazado de vaquero, a
caballo y con un palo enorme en la mano: el regreso del garrote. En la
contratapa una parodia de Apocalipsis Now, peli de moda, señalando la
catástrofe argentina. Camino la peatonal hasta lo de los chicos y nos ponemos a
leerla. Mirá, dice Abraham, José María Rosa en Rosario. ¿Cuándo?, pregunto. No
sé, a ver ... hoy, … en una hora. ¿Y dice dónde?, insisto. Acá cerca, en San
Lorenzo y Dorrego; podríamos ir. Mmhh, no sé, dame, a ver, dudo yo. ¡Es en un
Instituto Santo Tomás de Aquino!, sigo. Estos son católicos y peronistas. No
sé. No me parece. Mirá, me insiste Abraham, si los peronistas son tantos por
algo será. Vayamos. Y fuimos.
Timbre. Hola, venimos a la charla de José
María Rosa. ¿Tienen invitación? No, lo leímos en la revista Línea. ¿Están
suscriptos a la revista? No, pero la compramos siempre. Entonces no pueden
pasar, es con invitación o para gente suscripta a la revista. Indignación de
Abraham que se quiere ir, yo me pongo a discutir, como un pesado, siempre,
hasta que viene otro compañero, discutimos notas de la revista, sobre HUM(0)R,
sobre Ernesto Sabato y vaya a saber cuántas cosas más hasta que aparece un
tercer compañero que, más amable, corta la discusión, nos dice que disculpemos
pero que así está organizada la charla, que comprendamos, y que si tenemos
interés volvamos el lunes a conversar tranquilos. Abraham dice que ni loco, y
yo que iría a la misma hora.
Vuelvo. Pila Marini me discute, con solvencia
y con paciencia, sobre José María Rosa, Fermín Chávez, Urquiza, Caseros y
Pavón, unitarios, federales, el fusilamiento de Cullen, peludismo y
antipersonalistas, peronismo, Toynbee, cristianismo, y vaya a saber cuántas
otras cosas. Una vez por semana durante abril. Me da la razón más de una vez,
tironeando suave como un pescador con la línea.
Justo que comenzábamos a cursar Transporte, el
24 de abril escucho el discurso de Martínez de Hoz cuando deja el ministerio de
Economía y enumera sus logros. Explica como mérito que ha logrado desactivar un
tercio de las vías férreas del país, y echar 100.000 empleados. Me digo que hay
que militar contra la dictadura.
Vuelvo a las charlas con Pila, y sigo buscando
la cuadratura del círculo a la historia universal y argentina, y la política
nacional. Pila me dice que mucho de lo que planteo es razonable, pero que lo
que debo decidir es si quiero participar o mirar, hacer algo y sumarme, o
reflexionar desde afuera.
Me convence, o me da los argumentos y
pavimenta el camino para que yo ejecute una decisión que tenía sin saber que la
tenía. Está bien, le digo, yo me sumo a militar en la organización, pero aclaro
que no soy peronista ni católico. O sea que estoy pero no soy. Sí, claro, dale,
me dice muy práctico y con astucia.
En aquel mayo empecé a predicar, vender la revista,
repartir con sigilo volantes, y perseguir como un pesado a todos los amigos y
conocidos para que se sumen. Incluido Abraham, que lo hizo pronto. Un año
después, tras la marcha contra la dictadura del 30 de marzo y en la
movilización de abril cuando Malvinas, fue recién que, al cantar la marchita y
saltar junto con otros, me sentí peronista.
Ahora que miro hacia atrás y veo que llevo
militando en política, sin pausa, cuarenta años, recuerdo con afecto y con
gratitud aquellos días y aquellos compañeros. La tarea nunca se acaba, la causa
nacional y popular nos exige seguir y seguir.
Cuarenta años es muy poco tiempo.
Sergio A. Rossi – 2 de mayo de 2021
Que lindo testimonio.
ResponderEliminarAbrazo Fuerte.
Disfruté´mucho , tu texto Sergio... tu historia , es la de tantos , a quienes la luz de la conciencia un día, produjo el Eureka..y el descubrimiento del peronismo..como "el lado correcto de la ecuación".
ResponderEliminarSupongo que conoces este txt de Dalmiro .. con quien he compartido varios cafés en la Biela de Recoleta. cuando yo volvía de mi trabajo social en la Villa de Retiro, con el padre Mugica, ...y entonces disparábamos todo tipo de cañitas voladoras con la retención de iluminar el camino desde la maraña del presente hacia ese lugar ideal que llamamos futuro... Abrazos..
PD: en El Patria... hay un espacio para ingenieros, que se llama INGENIOSOS POR LA PATRIA, te puedo invitar...
DALMIRO SAENZ: “NO ESTABA PREPARADO PARA EVITA”
"Yo era totalmente antiperonista mientras Evita vivía. Y me hice totalmente peronista después de su muerte.”
Éramos hijos del despotismo ilustrado. Creíamos en la inteligencia, no en la sabiduría. Creíamos en la erudición, no en la cultura. No sabíamos que la cultura era la memoria de los pueblos. Y que toda cultura que no es popular no es cultura.
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No estaba preparado para Evita, yo.
Como no hubiésemos estado preparados para entender a los caudillos, por ejemplo.
Éramos hijos del despotismo ilustrado.
Creíamos en la inteligencia, no en la sabiduría.
Creíamos en la erudición, no en la cultura.
No sabíamos que la cultura era la memoria de los pueblos.
Y que toda cultura que no es popular no es cultura.
Éramos unos idiotas, ¿no?»
DS/
Sí, me ha comentado de ese espacio INGENIOSOS POR LA PATRIA. Sería bueno participar.
EliminarHola Sergio. Me encantó tu texto. Toda tu cultura, tus dudas juveniles, tu militancia. Además, por esas cosas que tiene la vida y sin tener yo tu trayectoria política, me doy el lujo de compartir mí vida con el compañero que te acercó al peronismo.
ResponderEliminarMaravilloso relato. Cuarenta años es poco y es una vida.
ResponderEliminarMe trajiste a Camus. Lo leí en los 80, cuando trabajaba de recepcionista en un consultorio médico, mientras terminaba la escuela secundaria y tenia bastante tiempo entre paciente y paciente. Te acordarás que la historia cuenta los sucesos que tuvieron lugar en una ciudad de Argelia, mientras se desarrollaba una peste hasta entonces desconocida. Si bien, era una fantástica metáfora sobre el nazismo, años después no pude dejar de pensar, que también era una metáfora de la cruel guerra descolonizadora contra los franceses. En estos tiempos he pensado mas en Ensayo sobre la ceguera de Saramago, y «la responsabilidad de tener ojos cuando otros los perdieron» , pero ahora me dieron muchas ganas de volver a La peste de Camus. Maravilloso allá voy. Gracias!