Sobre ESTALLIDOS ARGENTINOS, de Mario Wainfeld




El miércoles, aquí en Rosario, tuve la suerte de acompañar a Mario Wainfeld, junto con Alberto Botto y Lucila De Ponti, en la presentación de su nuevo libro. 
Un hermoso acto en Luz y Fuerza en donde dije más o menos lo que sigue.



LIBRO Y AUTOR
Intentaré presentar Estallidos argentinos hablando sólo del libro, aunque esto violente un poco la presentación misma, porque las presentaciones de libros son un ritual que involucra al autor. Hablar del autor le permite al presentador no leer el libro que presenta, presumir de amistad y conocimiento, interpretarlo caprichosamente, asociarse en anécdotas dudosas, explicar que el autor sería poca cosa de no haber sido por el presentador. Por eso no hay presentaciones de La Odisea, La Divina Comedia o las Mil y una noches.
Leo a Wainfeld desde hace mucho. Lo primero fue una nota de abril de 1981 que tenía desdibujada y busqué hoy en un viejo ejemplar de la revista Línea.  En aquella nota Mario se burlaba de consultores políticos consagrados, desnudando cómo sanatean hablando en difícil, cómo se auto halagan, se citan y retroalimentan; cómo hablan siempre de lo mismo: la irracionalidad del peronismo, su falta de méritos, su existencia por mera confusión histórica de los conservadores, su inexorable e inminente final. El dato de color es que los consultores de los que se burlaba son casi los mismos de hoy, los mismos de los que podríamos burlarnos hoy, esos que exigen renovación y predican las bondades de la alternancia.
Tres años más tarde, en UNIDOS, una serie de textos que escribió con Norberto Invancich sobre el gobierno peronista del ‘73/’76 y la actuación de la organización Montoneros. Para nosotros entonces, jóvenes peronistas tras la derrota de Luder, esos escritos fueron una brújula y un aporte gigantescos, que yo agradezco hasta hoy y cuya lectura recomiendo todavía. El gorilismo niega al peronismo todo aquel debate autocrítico, que fue muy fuerte e intenso, y que contrasta con la falta de introspección, de revisión y de autocrítica del antiperonismo cerril. El kirchnerismo alumbró un rescate de los setenta muy ramplón y simplificado, que opera como un Billiken nac&pop que, al mismo tiempo que motoriza cierta mística de partido, ofrece flancos al enemigo y empobrece la densidad de las propias autopercepciones.
En aquella época me gustaba decir que Mario era nuestro Jauretche, y creía que eso era un halago. Como esas viejas que te decían “el nenito es igualito al papá”. Yo lo decía por su método de análisis, que siempre partía de los hechos y nunca de las teorías, aunque fuese un hombre leído y versado en teorías; por su equilibrado, exacto y preciso eje de interpretación del movimiento nacional; y por su lenguaje, un castellano pulido, jamás presuntuoso, nunca críptico ni de jerga, siempre combinado con apelaciones al fútbol, al tango y a las narrativas populares. Lenguaje que sin dejar esa impronta jauretcheana, y por el contrario, honrándola, ha ido actualizando en las últimas décadas insertando anglicismos muy vinculados a la revolución digital.
Hace tiempo que ya no lo comparo con Jauretche porque creo que se ha ganado un lugar en la ensayística argentina, ya antes de publicar sus ahora dos libros. Wainfeld tiene convicciones claras y opiniones firmes, y lo combina con atributos notables: dice lo que quiere, lo escribe bien y su prosa siempre es amable.
YENDO AL LIBRO

Hay una introducción, diez episodios y una invitación. En la introducción Mario esboza una teoría sobre este libro. Habla de él mismo como autor y dice que es un cronista que busca comprender, en el doble sentido de abarcar y entender. Eso es lo que Wainfeld siempre hace: analiza y pondera. Pondera en el sentido de reunir todas las variables, medirlas y disponerlas equilibradamente en la ecuación general.
La primera vez que me topé con un libro de crónicas yo era un adolescente. Se trataba de una colección de relatos sobre la revolución francesa, y ahí, en el prólogo, se hacía alabanza de la imparcialidad de los textos. Era la historia contada sin intención de interpretar, eran escritos del mero “tipo que estuvo ahí”, que relató los hechos tal como los vio, casi casualmente, sin entenderlos ni engarzarlos en ningún relato ni cadena causal. Y esa imparcialidad del cronista como narrador de fragmentos de historia era muy valorada. Recuerdo ahora a la distancia aquel aséptico criterio, y me suena como un adelanto de esta anti política que tanto se cultiva hoy en día, tan extemporáneo en aquella primera mitad de los años setenta.
Mario sería un cronista diferente en varios sentidos. Invoca a Pirogine y a Borges para darle una vuelta a la crónica. Su mirada es la de alguien que estuvo ahí, buscó estar, mirar e indagar; pero además vuelve a leer su propia crónica años después, sabiendo ya cuáles fueron las consecuencias de los hechos, cuáles las bifurcaciones posibles que se clausuraron, cuáles los destinos que nadie vislumbraba y que sin embargo se dieron.
Sobre la vieja cuestión de cuánto incide el azar en el curso de los eventos humanos, le da una vuelta al Napoleón de Zweig y reflexiona sobre la incidencia de Grouchy en la batalla de Waterloo; y enseguida lo matiza, sopesando si esa misma incidencia, de darse en sentido contrario, hubiera impactado hasta el punto de alterar el resultado de una renovada guerra europea.
Exégeta de Maquiavelo, nos recuerda que éste creía que en la historia de Roma de Polibio podían encontrarse todas las enseñanzas necesarias para la acción política. Nos aclara que Polibio está ausente en su biblioteca, pero cita a un señor Traverso que afirma que la experiencia de la derrota posee un potencial epistemológico de enseñanza, que los vencedores en general se confían, y se entregan así a una futura derrota, mientras que los derrotados reflexionan y avanzan para superar la desgracia. Que las derrotan enseñan, si uno quiere aprender.
Polibio decía también –esto lo digo yo y a cuento de Wainfeld- que cualquiera puede escribir la historia, pero resulta mejor leerla escrita por políticos y generales. Porque esa gente había estado ahí, no como cronista ocasional ni como testigo al azar, sino como protagonistas. Que para contar, hay que saber, en el doble sentido de tener noticia y tener habilidad.
Wainfeld no es general, pero sí es un militante político devenido en periodista. Eso lo hace bastante más que un mero cronista. Accede a fuentes por profesionalidad periodística, pero también por un respeto político y personal ganado a fuerza de ser coherente, lúcido y buena gente.
Une al protagonista o testigo privilegiado, perspicacia, autocrítica y una enorme honestidad intelectual por la que no se permite falsear los hechos para lograr su historia. Se dedica a interpretarlos correctamente con apego a la verdad, la relativa verdad de la historia.


EPISODIOS - Todos los textos –que son más que crónicas- están buenos como recuerdo y como valoración puesta en contexto. Señalo unas pocas cosas de las muchas que se podrían destacar, y por distintos motivos: porque me recordé yo mismo como testigo o partícipe; porque me hizo volver a aquel momento y volver a ver las cosas pero sabiendo el final; porque me hizo cotejarlas con el análisis que hice entonces y que conservé por no revisarlo con método, sistema ni perspectiva; porque descubrí datos que no había tenido cuando forjé mi propio recuerdo; y porque desliza en cada crónica ideas que van y que aportan mucho más allá de la crónica.
LA CAÍDA DE DE LA RÚA – lo leí unos días antes de leer la nota de Mario tras la muerte del ex presidente en Página 12. Notas impecables que exhiben una de las habilidades o talentos de Wainfeld: ser preciso sin entrar en detalles personales, practicar la disección quirúrgica sin descalificar. Mario cultiva el arte de valorar negativamente sin agraviar, de condenar sin denostar. Que quizás sea una habilidad para denostar y agraviar pero permaneciendo y pareciendo siempre educado, amable y cortés.
EL ASESINATO DE KOSTEKI y SANTILLÁN - Su crónica me lleva a mi propio recuerdo de las vísperas –yo era funcionario en esos días- y cómo desde un ala del gobierno se venía presionando por el orden y la mano dura, argumentando que la crisis social ya había pasado, y que debía ponerse coto a los reclamos sociales. Mario señala que desde ese sector se supuso que podría prevalecer un engaño tejido por algunos canas, cuatro burócratas y los grandes medios de comunicación, por sobre una nube de fotógrafos y movileros de mejor ética periodística. Pondera el rol de la diversidad de medios y muestra que no son lo todopoderosos que a veces se pretende. Un aporte que vale tener presente, para que no nos aplaste el desánimo porque se endiosa un enemigo que no es invencible. Quizás el imperialismo no sea un tigre de papel, pero tampoco es imbatible.
EL 2x1 DE LA CORTE MACRISTA - Con acierto destaca que el establishment que segrega, arrulla y orienta al gobierno aceleró su embestida contra los juicios y las condenas a los represores cuándo se comenzó a hablar de dictadura cívico militar. Señala la degradación de la jueza Highton que - favor con favor se paga-  se ofrenda para poder seguir, cruzando al infinito y más allá, la barrera de los 75 años. La Corte brinda un repentino 2x1 a un acusado que estaba en su casa, Muiña, mientras duerme el expediente de Milagro Sala, perseguida, maltratada y presa sin condena. Cuando la operación fracasa y como en Misión Imposible, Macri niega su autoría, desconoce a Rosenkrantz, su agente infiltrado en la Corte Suprema, y le echa toda la culpa.
EL ASESINATO DE CISNEROS - Mario rescata el caso de la toma de la comisaría en La Boca, pretexto para demonizar, perseguir y meter preso a Luis Delía. Un episodio resonante pero que yo no tuve puesto en foco. Ahora, al leerlo, pienso que puede haber dos componentes en esa desatención. Una es de lugar: vivo en Rosario, y la otra es de tiempo y circunstancias: en aquel tiempo el despliegue de territorialidad narco-policial no tenía en Santa Fe tanta presencia como en Buenos Aires.
Mario muestra la historia de la toma, el móvil, la forma. Señala cómo la prensa oligárquica escinde la toma del contexto en que se produce, cómo la agiganta como disruptiva, y cómo estigmatiza culpabilidades. Al describir esa operación hace justicia a víctimas y protagonistas, al tiempo que ilustra y previene a futuro.
Al reivindicar la memoria de Cisneros, refuta otro de los lugares comunes del periodismo de guerra: Cisneros hace y dice todo en contrario del estereotipo que venden y consagran de negros-vagos-choriplaneros-manipulados-que-no-quieren-trabajar-toman-vino-y-se-drogan-en-la-esquina.  Un buchón policial asesina a ese militante que trabaja por dignificar socialmente a la gente de su barrio, resolviendo a favor de los malos una disputa. El narco negocio apañado busca desplazar a la política como opción para los jóvenes. La disputa por controlar el territorio no choca con la policía, sino con el activismo político y social.
Abre esta crónica con tres citas. Nos recuerda una Beatriz Sarlo que reivindica el piquete. La ocupación del espacio público es conflictiva –dice-, y lo que hay que preguntarse es por qué algunos sectores carecen de otros medios para poder presentar sus necesidades al conjunto.
De Piglia recupera una idea interesante: esos anglosajones solitarios, loquitos y asesinos múltiples y al azar que ametrallan conciudadanos en los EEUU, serían válvulas de escape de una sociedad donde no hay dimensión colectiva para la insatisfacción, la rebeldía y la pelea. Una sociedad a la que le haría bien un poquito de peronismo.
Y de Merklen una reflexión sobre tensión entre la búsqueda del interés y la defensa de la dignidad. “El propio interés puede conducir al pobre a la sumisión y en el mejor de los casos a la artimaña. La ofensa es a menudo el origen de la revuelta. Las injusticias ordinarias de las instituciones conducen a las personas a hacerse invisibles. Pero esas mismas injusticias provocan la rebelión. No es cierto que la revuelta no tenga sentido estratégico, que sea pura emoción sin razón”. Lo que reafirma lo atinado del comentario sobre Maquiavelo y la validez de la historia de Roma: Tito Livio cuenta el fin de la monarquía en Roma  haciendo eje en la violación de Lucrecia por parte del hijo de Tarquino el Soberbio
EL CASO POMAR - En el caso de los POMAR se muestra el amarillismo en su etapa superior, y la crónica recuerda las chapucerías de personajes que se presentan como cruzados de la eficacia, la decencia, la mano dura o el profesionalismo policial. Stornelli entre ellos, como esos actores que en una peli hacen villano y en la siguiente de superhéroe. Indaga en la diferencia de abordaje en los crímenes de negros anónimos y pobres, respecto de aquellos que se dan entre gentes de clase media o alta, como García Belsunce, Nora Dalmasso, o los Pomar. Gran resignificación de una frase conocida -“Que no parezca un accidente”- da cuenta de un fraude mediático que resume la calidad moral y profesional de una porción de periodistas, dueños de medios, funcionarios policiales y judiciales.
EL ASESINATO DEL GOBERNADOR SORIA - El azar interviene en los asuntos humanos. El peronismo gana la provincia de Río Negro por primera vez desde la dictadura, pero un crimen ajeno a la política deja el gobierno en manos del vice, un aliado reciente de otro partido. La dirigencia peronista rionegrina busca llamar a nuevas elecciones para evitar que se le escurra de las manos un objetivo tan largamente buscado. Uno de los principales impulsores de aquel revisionismo constitucional es Pichetto, que había sido derrotado por Soria en las internas. Para una movida tan pesada requieren la ayuda decidida de la Presidente. Wainfeld muestra un costado de Cristina Fernández: privilegió el respeto a las instituciones, como hizo otras veces, como al enviar al Congreso las retenciones móviles que podía imponer por decreto. Y dice que es una característica que sus adversarios jamás reconocerán, que muchos partidarios fervorosos pasan de largo, y que a veces su propia oratoria disimula.
LOS ASESINATOS DE SANTIAGO MALDONADO y RAFAEL NAHUEL
Mario destaca un punto central: tierras y origen. Punto central sobre los hechos que se narran y analizan, y punto central para el debate que se debe la sociedad argentina. Tierra y origen por los pueblos originarios que reclaman lo que la Constitución les garantiza; tierra y origen por la génesis viciada de los grandes latifundios.
Ante otro caso de cadena nacional de invisibilización que no logra ocultar los hechos, ¿son las redes sociales la herramienta develadora?  Wainfeld sugiere que esa mirada subvalora el peso que conservan las AM y FM, los canales y diarios no (tan) concentrados y periodistas free lance. La Ley de Medios era sobre todo éso y no sólo ni principalmente anticlarinismo.
La movilización y la protesta sirven. El cuerpo de Santiago y el ARA S JUAN se encontraron porque el activismo obligó al gobierno, que no quería buscar.
Para controlar la protesta, todo; para investigar el crimen, poco y nada. Varios drones sobrevuelan la Plaza de Mayo para vigilar la primera movilización que pide por Maldonado, en marcado contraste con la nada de apoyo para buscar el cuerpo en el río Chubut.
Importa al periodismo y a la política pautas de conducta animales, y explica la dinámica  de la jauría en ataque: hay un espacio en el que todos los perros interactúan, pero no se trata de un ataque coordinado, en el sentido de decirle qué hacer a cada uno. Simplemente se les señala un objetivo y se les dice “ataquen”, “estén se quietos”. Una jauría ladró, otra ha mordido, otra quiso tapar todo atacando la memoria del muerto y a sus familiares y amigos. Periodistas, funcionarios políticos, judiciales y policiales, comedidos... “¿Cuánta plata le sacaron los Maldonado al Estado?” -se preguntan-, “dinero de tus impuestos” -agregan cizañeros-. Wainfeld aclara lo obvio: nadie invierte la vida de un ser querido para hacerse unos mangos.
En el final hay una reflexión inquietante, que también distingue a negros y blancos, pobres y acomodados. La sociedad argentina ha forjado en su memoria una valoración extendida, transversal y profunda de condena al golpe del ‘76, y esa presencia viva genera rechazos,  movilizaciones y condenas.  No sucede lo mismo con la violencia institucional que no remite a la dictadura. Las pulsiones autoritarias, combinadas con estigmatizaciones, prejuicios, resentimientos y miedos de clase, existen en el cuerpo social.
ESTALLIDOS AL FINAL
Al cerrar el libro Mario se repite, se copia, se reitera. Pero no en los temas, sino en la invitación. Invita a que le escriban, pone una dirección, cuenta que lo hizo con El tipo que supo, que recibió muchos mensajes, que le gustó, que los respondió todos y que ha continuado el vínculo con muchos de esos lectores. Que de ese intercambio aprendió, corrigió errores, agregó puntos de vista. De alguna manera y en otra dimensión, ese mismo ejercicio que contaba al principio, del cronista que vuelve al lugar de los hechos, a leer su crónica, a charlar con las fuentes, ahora multiplicado al azar y al infinito.
Me hace pensar en cuarenta años de leer, escribir, hablar, escuchar, militar en polítca. En un tiempo en que se nos dice que la dimensión colectiva parece adelgazarse al extremo, un contexto en que se promueve y difunde la primacía del individualismo consumista, donde reinan mecanismos de construcción de prestigio que prescriben criterios de éxito que siguen la ley del embudo. La invitación de Mario adquiere sentido, pero a la vez me hace pensar que el proceso de escritura política de nuestro movimiento es colectivo, donde hay cronistas calificados que no sólo escriben bien y con verdad, sino que son consagrados por el reconocimiento, por el cariño, por el acompañamiento de miles de lectores. Mario muestra con su explicación de la última página, que ésta su escritura también es, en un punto, colectiva. Y yo le creo, y siento que su éxito como escritor me expresa, me gratifica y me contiene, que su éxito es, en alguna y pequeña parte, mi propia satisfacción. Que hay ciertas comas, palabras y paréntesis que yo he puesto, a través de él, en la propia escritura de nuestras crónicas. Que así y no de otro modo brota el caudillo, bestia negra de la civilización impostada, creación colectiva, encarnación de las necesidades, ansias e ideales de la manada. Y es lo mismo que me pasa, después de décadas de militancias compartidas con tantos compañeros, cuando veo que Agustín es un dirigente político de proyección nacional que recoge el respeto y el reconocimiento de tantos compatriotas. Para hacer política hay que saber que el éxito es alcanzar objetivos colectivos, y muchas, muchas veces, más que en llegar está en seguir.
Este es el segundo libro de Wainfeld. Dice el dicho que nunca segundas partes fueron buenas, aunque Sancho tuviera, para cada refrán, uno en contrario. Hablando sobre libros y autores hay quien dice que –en el cuento y la novela-  el primero siempre es mejor. Que Alicia es más original y más fresca entre las maravillas que en el espejo, que la novedad de Don Quijote está en la primera salida, y que el Fierro auténtico es el gaucho peleador de la Ida.
Que de esos autores de genio las segundas partes, si bien excelentes, tienen ganado su lugar porque el autor, con el tiempo, ha ido puliendo su arte y ganando en oficio lo que ya no tiene de impulso creativo. Yo no me animaría a decir eso de Wainfeld, que ha vivido más años que Cervantes, Hernández y Dodgson.
Y hasta pienso que esa teoría, si mantuviese validez al ser aplicada al ensayo, bien podría resultar auspiciosa tratándose de estas crónicas argentinas de lo que va del siglo XXI.
Sí digo que, comparando los dos libros, ESTALLIDOS ARGENTINOS me resultó más triste u otoñal que KIRCHNER, EL TIPO QUE SUPO. Puede que sea sólo una cosa mía, y que anduviera yo de distinto humor en los dos momentos de lectura. Pero estoy seguro que no tiene que ver con la entropía y el autor, sino más bien con la selección de temas.
Se ha dicho que hasta el anatema denigratorio del Facundo sarmientino realza las virtudes del gaucho, porque lo retrata en su momento de esplendor, de épica y de victorias, mientras que el apacible y laudatorio Don Segundo Sombra de Güiraldes habla más bien de un fantasma en retirada. Y que hasta vemos ese contraste brotando de la propia pluma de Hernández, entre el Fierro arisco y resistente de la Ida, con el que vuelve del desierto, poblada el alma de olvidos. El segundo habla de hechos funestos y se tiñe de un tiempo de derrota.
La primera serie de hechos que rescata Wainfeld, centrados en la persona de Kirchner, jalonan un tiempo de épica y de logros como no se recuerdan en casi medio siglo; mientras emergen para Estallidos Argentinos bloques funestos del devenir nacional.
“En los tiempos sombríos, ¿se cantará también?” se preguntaba Brecht. Wainfeld hace suya la respuesta del poeta: “Se cantará también, sobre los tiempos sombríos”.
Pienso que la escritura política tiene tres objetivos: provocar la indignación ante la injusticia, llamar a la acción, alentar la movilización; develar lo que está oculto, anticipar lo que viene, mostrar peligros y oportunidades no percibidas; y hacer inteligibles hechos diversos, ordenar piezas sueltas y tornar evidente lo confuso, unificar las visiones, polarizar el sentir, y dar ritmo de marcha a la manada.
Y en eso este libro, como el anterior, representa un aporte valioso a la memoria colectiva, motivo por el que recomiendo que lo lean, y hasta que lo compren.

Comentarios

  1. A Mario Wainfeld si bien lo he leído en el Página de los domingos, el verdadero descubrimiento fue durante "nuestros años felices" en los que él, tenía un espacio en Radio Nacional. Me sorprendió su poder de síntesis y enfoque. Lectura imprescindible.

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  2. Excelente trabajo de análisis al calor del protagonismo de los hechos . Arduo esfuerzo intelectual del autor y una esmerada lectura del presentador.

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