ECONOMISTAS DE ACTUALIDAD
Es indudable la importancia que ha adquirido para el ciudadano común la información y la teoría económica. Todos los días se actualiza y atiende la cotización de la moneda extranjera, el valor de diversas tasas de interés, las causas de ciertos fenómenos y las predicciones sobre futuros.
Hay un aspecto, sin embargo, al que la literatura especializada ha dedicado poca atención. Se trata de cierta confusión al evaluar las características de los cultores de la Ciencia Económica, y las de ésta misma, en el sentido de considerarla una ciencia de índole matemática.
Es creencia aceptada que en la aparición de los números y de la escritura tuvo amplia incidencia la clase de los comerciantes, y suele ponerse como ejemplo la historia de los fenicios, con su afán por anotar las existencias y despachos entre las factorías de su imperio mercantil en las costas mediterráneas, así como de controlar los faltantes.
El hecho de que matemáticos célebres -como los Bernoulli, y justamente en Suiza- provinieran de familias de comerciantes, ratifica aquella presunción.
Con el prestigio ganado en Occidente por «La Ciencia», se tiende a confiar en sus resultados inapelables. La economía sería una ciencia exacta, creencia que se reafirma porque contadores y licenciados estudian en sus facultades rudimentos de aritmética y estadística.
Pero así como puede aceptarse que la necesidad de comerciar incidiese en el surgimiento o en la difusión de ciertas ramas de las matemáticas, también cabe suponer que haya habido otras motivaciones. La necesidad de medir y de contar, por ejemplo, bien pude ser anterior y diferente de la ambición de comerciar, y de la desconfianza sobre robos y olvidos entre flotas de mercaderes. La lógica del reparto de tierras, con más o menos justicia -dicen- movilizó hacia la geometría a los egipcios; así como la observación del cielo estrellado hizo matemáticos a sumerios, mayas y babilonios.
Más que en la estructura matemática del universo, el credo renovado de los comerciantes de hoy día se basa en la avaricia, la mezquindad y el temor a perder bienes materiales.
Vistos los hechos, puede también decirse que la ciencia económica es una variante de la psicología, como el psicoanálisis o el conductismo. Sólo que en vez de hacer hablar a los mitos griegos, o extrapolar las conductas de ratas de laboratorio, farfulla sofismas y postula dogmas adornados con números y teoremas.
Muchas gentes dadas al comercio y a la industria se entregan a ella en la búsqueda de certidumbres, y se genera una suerte de masa devota que sigue a falsos profetas y clérigos muy interesados, organizados en jerarquías entre contadores, licenciados y periodistas con orientación económica. Estos últimos se reclutan entre los más burros y fracasados, los de ambición más torpe e inmediata, y con mayor afán de figuración.
De ese prestigio y esa autoridad -constituidos y alimentados hasta volverse sistema- devienen malformaciones y abusos habituales, consolidados y ¡consentidos!
Y así cómo clérigos deshonestos abusan de niños o de damas, bajo distintas aureolas de la Fe, así ciertos curanderos económicos abusan de la ingenuidad de sus fieles, manipulando su ambición y sus temores, y los estafan cíclicamente. Tan evidente es el fenómeno que solamente no lo ve quien lo padece, imbuido de sus creencias y supersticiones. Como en el caso de la astrología, la ingenuidad de la gente, su comodidad y ambición, combinados con el arte de los manipuladores, sostienen las pseudociencias económicas.
Los ingenuos pagan mientras los manipuladores medran.
(Nabucodonosor II - El Gran Libro de las Citas Apócrifas, vol 1)
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