recuerdo de la realeza del país cuesta abajo - verano con papas y emperadores


Viendo los diarios 
por estos días 
me acordé de este texto 
que escribí hace seis años, 
apenas se supo 
que abdicaba 
la Reina de Holanda












Sergio A. Rossi – 2 de enero de 2013


Verano con Papas y Emperadores

“… así que no hay cosa fuerte,
que a Papas y Emperadores
y prelados,
así los trata la muerte
como a los pobres pastores
de ganados.”

Lugar común del periodismo estival: en verano no hay noticias y por eso cualquier romance de estrellitas fugaces de televisión ocupa las primeras planas.
El año comenzó normalmente, a poco que fuimos verificando la falsedad del fin del mundo de 2012; profecía atribuida a unos mayas imposibilitados de desmentirla por su propia decadencia y por la quemazón de sus libros y códices, contrariando las instrucciones del Rey de España, por parte de unos franciscanos que los tacharon de heréticos y paganos.
Enseguida vino la “conmocionante noticia” de la abdicación de Beatriz al trono de los Países Bajos, con su corolario, la ascensión de la primera Reina del Plata. Y luego la renuncia del Papa Benedicto XVI. El Cardenal Ratzinger no se siente con fuerzas para ser la piedra que sostenga la Iglesia.
Muchos comentaristas exhumaron sorprendentes y hasta entonces ocultos conocimientos de protocolos monárquicos, genealogías de la nobleza, ceremoniales vaticanos, intrigas curialescas y procedimientos sucesorios.
Se ponderó en numerosos -pero no variados- suplementos de espectáculos y editoriales políticos el austero vestido de la reina abdicante, lo que denotaría el “verdadero” buen gusto de la nobleza, tan lejano de la compulsión mimética de ciertos clanes populistas. Y también el recato, la moderación y la ejemplaridad de esa nobleza que a pesar de su poder originado en Dios, abandona la eternidad del mandato en una actitud casi republicana. “Qué contraste, señores: populistas imponiendo reelecciones, y monárquicos que se rotan en el poder. ¡Aprendan, bárbaros!”, nos compelen ciertas tribunas de doctrina. Tribunas doctrinarias que celebraron la aspiración de Onganía de gobernar 20 años, y el celo de Harguindeguy de mantener las urnas bien guardadas.
Calor y mosquitos brindan buen marco para reflexionar un poco sobre estos tópicos.
Primera aclaración: la monarquía me parece mal. Un sistema de gobierno de bases absurdas que no da explicación racional ni satisfactoria sobre los orígenes ni los fundamentos del poder.
Segunda: Holanda no es mi país, allí hay monarquía y no parece haber un movimiento republicano que la repudie. No me molesta, por tanto, que Máxima Zorreguieta sea reina de Holanda. Al contrario, antes que sea cualquier otra, en una de esas sirva para mejorar los vínculos con aquel país.
Lo que no me termina de quedar claro es el razonamiento de ciertos compatriotas, manadas que repudian las supuestas pretensiones monárquicas que anidarían en sectores kirchneristas; cardúmenes de fementida vocación republicana que vociferan contra la aspiración atribuida a nuestra Presidente de convertirse en reina; pero que al mismo tiempo corren a los kioscos hasta agotar revistas de chismes y se relamen ante el cuento de hadas que lleva del río sin orillas hasta los Países Bajos.
Hay quienes suspiran “Ahhh, … qué historia más linda”, o titulan “Cómo se ganó el corazón de su pueblo”, o nos educan desde altas cátedras periodísticas sobre las cualidades de la reina en ciernes y nos la ponen como ejemplo de vida. Ante estos consejos bien valdría evaluar cuáles son los méritos de MZ, indagar cuáles serían los ejemplos morales y cívicos que deben imitarse; cuáles las enseñanzas que, de su historia, podemos dar a nuestros hijos.
Yo encuentro pocas.
Si hay en la princesa virtud, esfuerzo, mérito intelectual, espiritual o deportivo, no tiene o no ha adquirido dimensión pública. Sus biógrafos en revistas de peluquería pintan una chica de hogar porteño acomodado; padres conniventes con un gobierno dictatorial cruel, incapaz y corrupto; enviada a colegios caros para que haga relaciones; que –seguramente por esas relaciones familiares o sociales- consiguió trabajo irrelevante en una empresa en EEUU; que por mediación y sagacidad de una amiga consiguió novio con poder y con dinero.
¿Cuál sería la enseñanza? ¿Cómo no rozar la descalificación de género? Un amigo mío, rústico y que no entiende de estas cosas, explica a su hijo: “Casate con una mina de plata”. Feíto.
La reina abdicante, por otra parte, lo hizo porque al cumplir los 75 años considera que ha llegado a una edad en que debe dejar su cargo.
Ejemplo cívico, casi republicano, nos dicen conservadoras tribunas de doctrina. “Qué elegante, qué austera, qué altruismo, qué sabiduría. Por algo es reina”.
Lo mismo nos dicen del Papa Benedicto XVI. El cardenal Ratzinger renuncia a ser Papa. Ejemplaridad que bien vendría en tierra de bárbaros que por precariedad cultural tienen sueños de eternidad política.
Esos mismos explicadores no parecen encontrar contradicción alguna entre esa pedagogía de la rotación y del cambio, y la anuencia consagratoria a un Juez de la Corte Suprema que frisa los 100 años, eximido de su retiro a los 75. Eternidad que no merece las críticas mordaces de esos viperinos abogados, alquilones al servicio de los grandes diarios, autoerigidos en constitucionalistas que nos ilustran sobre el marco jurídico de programas de chimentos, jurados de baile y operaciones a empresarios de golosinas.

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