Un profesor admirable





Un profesor admirable


Sus alumnos admiraban al profesor Marcos Pomaire, hombre culto, simpático y paciente que se destacaba en el ambiente a veces gris del colegio secundario. Parecía excesivo que se dedicara a la turba adolescente aquel apasionado por la literatura universal. Lograba sin embargo la admiración y el respeto de sus alumnos en tercer año desde Literatura, cimentando su autoridad sin amonestaciones ni gritos, a fuerza de su pasión por los grandes autores. En quinto daba Educación Democrática o Instrucción Cívica, según las épocas.
Contagiaba su predilección por Shakespeare, y aunque no les hacía leer más que una o dos de las obras principales, les reseñaba más de lo que los chicos podían retener y los interesaba con los dilemas y vacilaciones del príncipe Hamlet y el amor imposible entre Montescos y Capuletos, adolescentes todos como ellos; exalzaba la virtud cívica de Bruto y Casio despachurrando a César en el Senado; prevenía de casarse con brujas como Lady Macbeth o de confiar en tíos como Ricardo III. Les recomendaba películas o los llevaba al teatro si se representaba alguna de las obras en medio de la indolencia de aquella capital provinciana. No ser confiado ni dispendioso como Timón de Atenas, no endeudarse de arrebato ni ser acreedor exigente como en el Mercader de Venecia, ni ser presa del rumor ni de los celos desmedidos como Otelo, recomendaba citando. A los que andaban bien en física y matemáticas les recomendaba La Tempestad, para que no confiaran ciegamente en la Ciencia y la Razón.
Enamorado de su materia, resaltaba la importancia suprema del teatro, explicaba a Shakespeare, su época y su contexto, y señalaba que, además de divertir al vulgo, las obras del gran William sirvieron para educar a reyes y nobles ingleses. Que por algo fue el imperio que fue.
El reino sufre con ese Rey Lear que se vuelve viejo y desconfiado, que prefiere la adulación a la verdad. Hay que saber llegar a viejo y retirarse, aconsejaba, pero también Cordelia debe unir a su virtud el arte de la oportunidad y el bien decir. Vean el caso de aquel Coriolano, terco y antipático entre los suyos pero valiente y feroz en la batalla, a quien los romanos iban a buscar cada vez que su Patria estaba en peligro, aunque no lo aguantaran. Allí se enseña al Príncipe la virtud para el Estado, que no es la individual. O el caso de Enrique V, joven príncipe disipado, borrachín, ladrón, mujeriego y de malas juntas, para vergüenza de Enrique IV; príncipe que sin embargo, llamado por la guerra y ante la agonía de su padre, asume su compromiso real, corta con su vida anterior y sus amigos de antaño, se asocia a los que lo perjudicaron o reprendieron y resulta el mejor Rey de Inglaterra, tanto en la paz como en la guerra.
Como un viejo Martín Fierro, el profesor regalaba consejos a sus alumnos en forma de obras de teatro, alertando que les servirían toda la vida. Desde la perspectiva de los quince años Shakespeare, Julio César y Pomaire representaban la autoridad y el saber.
Las clases de quinto año eran más deslucidas, aunque el profesor ponía idéntica pasión y explicaba con igual énfasis. Explicaba que la equidistancia en la Guerra Fría, el desarrollo industrial, la nacionalización del comercio exterior, la banca y los servicios públicos, estaban mal por la personalidad de Perón; que el Estatuto del Peón, el aguinaldo, las paritarias y la vigencia de las leyes laborales no eran mérito alguno porque ya lo habían dicho los socialistas décadas atrás, al igual que lo del voto femenino; que haber terminado con el fraude era mérito ilegítimo porque Perón era militar y no tenía antecedentes políticos.
Algunos se lo han cruzado por la calle, ya jubilado, y dicen que refunfuñaba contra los juicios y las condenas a los golpistas del ’76 porque –decía- los gobernantes que los impulsaron no acreditaban suficientes pergaminos de lucha en las organizaciones de derechos humanos; y que la recuperación del mercado interno, el salario, la industria y las empresas estatales estaban invalidadas porque las llevaba adelante gente del mismo partido que gobernó en los ’90.
El profesor Pomaire sabía mucho de literatura.

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