cuadernos de manos limpias
cuadernos de manos limpias
Tras la Segunda Guerra
Mundial y la disputa entre los grandes vencedores –EE.UU. y la U.R.S.S.- la
reconstrucción de los vencidos tuvo un alto valor geopolítico y de propaganda.
En el Lejano Oriente,
la reconstrucción del Japón se exhibió como “milagro”, ejemplo para mostrar
mientras se promovían los conflictos en China, Corea e Indochina como parte de
la dinámica para contener al comunismo. En Europa, mientras tanto, hubo una
carrera por la reconstrucción de cada Alemania, para mostrar las ventajas de
cada sistema. Italia, vencedor vencido en la Primera Guerra, y vencido vencedor
en ésta, tuvo su propio “milagro”. La ayuda para la reconstrucción alumbró una
Segunda República, con un sistema político -el “penta-partido”- destinado a
bloquear democráticamente al poderoso Partido Comunista Italiano. El PCI salía
primero en las elecciones, pero entre los otros formaban gobierno. La Iglesia
apoyaba, y el gobierno cobijaba a la Mafia, que había colaborado para el
desembarco de las tropas aliadas. Era muy importante mostrar que la II
República y la Alemania Occidental eran eficaces diques contra el comunismo
soviético.
Cuando cayó el Muro de
Berlín y se disolvió la Unión Soviética, Alemania se unificó, y rápidamente se
fue imponiendo en el gobierno de la Unión Europea, basada en su sólida alianza
con Francia. El statu quo italiano se volvió inestable, obsoleto. ¿Por qué
dejar tantas prebendas, discrecionalidad, ganancias y chanchullos en manos de
los italianos, ahora que no era necesario? Vino entonces una ola moralizadora
de la función pública, que era en realidad la expropiación de las prebendarias
burguesía y mafia italiana en favor de los grandes capitalistas alemanes y
europeos. La corrupción italiana, tratada como eterna e inevitable,
idiosincrática cantera inagotable para su cine de comedia, devino de golpe en
mácula inaceptable, tumor que debía extirparse, objeto de una cruzada
moralizadora. La propaganda giró de objetivo, y El Padrino III quedó a caballo
de aquel período.
Por cierto que hubo
gente muy digna, pero queda la sensación de que aquel proceso de manos limpias
fue, más que una cruzada moralizadora, un sacarse de encima los viejos acuerdos
del pentapartido y con las mafias locales. Para coimear lo harían mejor los
alemanes, y un poco más barato. El resultado del Mani Pulite fue ...
¡BERLUSCONI!
Con ese antecedente,
Odebretch bien podría mirarse como un intento de poner en caja el patio
trasero, al regreso sin gloria del Asia, y de quitarle la B a los BRICS.
Desde el rodrigazo de
1975 hasta el estallido neoliberal de 2001, en la Argentina la obra pública
disminuyó dramáticamente. Sólo San Luis y Santa Cruz se destacaron sobre el
promedio. La poca obra pública que hubo fue determinada, condicionada,
concebida, por el FMI, el BID, el BM y algún otro organismo financiero
internacional.
Ahora, de la mano de
la usura internacionalizada (que aloja disfrazados de off shore algunos
oligarcas locales) pronto veremos que regresaron las restricciones a la obra
pública. Volverán las oscuras golondrinas a decir qué y dónde se construye,
pensando en sus necesidades extractivistas, y no en el desarrollo nacional. Con
un agregado de época, que será que las constructoras ya no serán locales, sino
empresas trasnacionales, que traerán su propia ingeniería, sus propios
profesionales y, quizás, hasta obreros baratos y transitorios.
De paso, y para
optimizar costos, la operación servirá para hostigar, calumniar, meter presos y
amenazar a la hidra populista de las mil cabezas.
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