ENTRE ESMERALDAS Y DOLORES
Virgilio busca proyectar la grandeza
del imperio con la Eneida, inventando una historia mítica de Eneas, príncipe
troyano que escapa de la tragedia de su patria entre las llamas y el asalto
final de los aqueos, peregrinando por costas cartaginesas hasta arribar al
Lazio y fundar Roma.
Sófocles da vuelo en su tragedia de
Edipo a un relato recurrente en variadas culturas y literaturas: el príncipe
niño desterrado, arrojado a las aguas, abandonado en el monte, entregado a las
fieras, que sobrevive y regresa, ya adulto, a vengar y restablecer el orden en
una ciudad decadente y de reyes crueles y desalmados. El Rey León es una recreación reciente, vino nuevo de odres viejos.
En todas aquellas historias se
hilvana un tópico literario que recorre la historia de la humanidad, desde la
Ilíada y el Viejo Testamento a las películas de Hollywood, que recogen siglos
de cuentos populares europeos. En tiempos revolucionarios no faltó entusiasmo
para llamar Felipe Igualdad al Príncipe de Orleans.
Dashiel Hammett describe en su Cosecha Roja una ciudad de Poisonville que tiene un dueño, que es el propietario de EL DIARIO. Su personaje, un detective
individualista que exhibe pose de cínico, convocado por uno de los herederos y
metido entre las peleas de la familia -que son las de la ciudad- muestra que
puede sacarse partido de las rencillas de la élite.
Hollywood y algunas modestas
farándulas tercermundistas suelen ser, en cartón piedra con fama y dinero, una
recreación del Olimpo de los griegos, un lugar inaccesible a los mortales. Esos
mortales miran de lejos las vidas, historias, fiestas y miserias de aquellos
moradores olímpicos, creen que ellos rigen sus vidas por caprichos, caprichos
que toleran mientras buscan que alguna vez recaiga sobre ellos alguna gota de
favor, derramada desde el lecho de los dioses. La Gracia prima sobre la
Justicia, y el héroe redentor, con el que se identifica la plebe, siempre tiene
un origen noble y viene, brindando un poco de Gracia, a convalidar y
restaurar el funcionamiento de un orden sin Justicia.
Hay una excepción, que está en el
Viejo Testamento, y es la de David. En este caso la enseñanza más divulgada es
que el débil puede triunfar sobre el fuerte, soslayando con frecuencia otra
faceta del relato: David llega a ser Rey sin ostentar un origen noble ni divino;
un cualquiera puede llegar a gobernar.
De afinidad ideológica con Hammett,
Bertolt Brecht sembrará algunas dudas con aquellas sus Preguntas de un obrero ante un libro: “En los libros figuran los
nombres de los reyes. ¿Arrastraron los reyes los grandes bloques de piedra? / Y
Babilonia, tantas veces destruida, ¿quién la volvió a construir otras tantas?”
Aquellas historias y estos cuentos,
que tratan de un orden que se quiebra por el exceso y que se restaura por
acción heroica de un desgajamiento de la propia élite injusta, representarían
una superestructura cultural que busca perpetuar los mecanismos de alienación y
sometimiento. Si las clases desposeídas son el motor de la historia, o bien,
desde otro punto de vista, si son los pueblos los que forjan su destino; si las
masas deben organizarse desplegando su propia organización, de la cual es parte
la construcción de su conciencia colectiva; entonces las militancias que lo
planteen no deben creer que la estrella que guía sea la de las peleas de los
privilegiados.
Bertolucci, en su película El último emperador, redime a Pu Yi sin
endiosarlo, y el propio emperador se afirma como hombre siendo jardinero y guía
del Palacio que lo albergara en su niñez.
Es bueno que las élites del privilegio
se peleen, es bueno que se exhiban sus miserias y rapacerías, y que se
deslegitimen; es bueno que algunos de ellos se arrepientan y desclasen, que se
nieguen como explotadores y al hacerlo se descubran y se afirmen como seres
dignos. Es bueno también que se sepa que esas fortalezas del poder, que lucen
invulnerables desde lejos y desde abajo, están plagadas de rencores y
divisiones, mezquindades y recelos, de grietas y temores que podemos
aprovechar.
Suprimir privilegios no equivale a sustituir privilegiados, ni a optar entre ellos.
La militancia popular y prudente hará
bien en aprovechar las debilidades y rencillas de oligarcas, con inteligencia y
con generosidad. Hará bien, al mismo tiempo, si se mantiene en su propio labrar
el destino, evitando correr por atajos falsos, ungir como héroes a príncipes redentores, o
confundirse entre intereses ajenos.
Excelente
ResponderEliminarExcelente planteo!!!. El tema es como evitar a los príncipes redentores y evitar los falsos atajos. Sería importante mirar el mediano plazo.
ResponderEliminar¡Muy bueno! Gracias.
ResponderEliminar¡Muy bueno! Gracias.
ResponderEliminarQué promedio de edad tienen los militantes populares del Proyecto Artigas? Deben ser jóvenes de la democracia, promedio treinta y pico. La democracia es distribución, están haciendo su camino que es proceso y ello viene empujado por el feminismo. Me da mucha esperanza aún en medio de los conflictos y adversidad. Felicitaciones Sergio por la erudición literaria y gracias por compartir tus reflexiones!
ResponderEliminarExcelente Sergio
ResponderEliminarMuy bueno. Cuánta erudición, cuánto acervo literario. Digno de una editorial de Julián Guarino.
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