mi aporte al nuevo libro de Juan José Giani PERONISMO: sus desafíos 2020
escriben:
Andrés ASIAIN - Celina CALORE - Dora BARRANCOS - Hernán BRIENZA - Guillermo DAVID - Walter FORMENTO - Wim DIERCKXSENS - Horacio GONZÁLEZ - Eduardo JOZAMI - Oscar MADOERY - Leo RICCIARDINO - Eduardo RINESI - M. RODRÍGUEZ - Aagustín ROSSI - Sergio ROSSI - María de los Ángeles SACNUN
https://corpuslibros.com.ar/
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QUINTO PERONISMO (PV)
Comenzado un nuevo período peronista de gobierno -digámosle el quinto- se abre quizás lo que algunas literaturas políticas llamarían un nuevo ciclo del Movimiento Nacional. Su desarrollo dependerá de nuestra voluntad y capacidad, signado por las condiciones de contorno y por las fuerzas sociales y culturales existentes.
A diferencia de otras épicas, ésta no cuenta con la convicción equivocada de que la historia juega, inexorable, a favor de los buenos; sabemos que dependerá de la política que podamos desplegar, con inteligencia y con suerte, en un contexto en principio adverso y hostil. No es nuevo, pero merece reflexión evitando tanto el optimismo voluntarista como la angustia y el desánimo paralizante.
Andrés ASIAIN - Celina CALORE - Dora BARRANCOS - Hernán BRIENZA - Guillermo DAVID - Walter FORMENTO - Wim DIERCKXSENS - Horacio GONZÁLEZ - Eduardo JOZAMI - Oscar MADOERY - Leo RICCIARDINO - Eduardo RINESI - M. RODRÍGUEZ - Aagustín ROSSI - Sergio ROSSI - María de los Ángeles SACNUN
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QUINTO PERONISMO (PV)
Sergio A. Rossi
Comenzado un nuevo período peronista de gobierno -digámosle el quinto- se abre quizás lo que algunas literaturas políticas llamarían un nuevo ciclo del Movimiento Nacional. Su desarrollo dependerá de nuestra voluntad y capacidad, signado por las condiciones de contorno y por las fuerzas sociales y culturales existentes.
A diferencia de otras épicas, ésta no cuenta con la convicción equivocada de que la historia juega, inexorable, a favor de los buenos; sabemos que dependerá de la política que podamos desplegar, con inteligencia y con suerte, en un contexto en principio adverso y hostil. No es nuevo, pero merece reflexión evitando tanto el optimismo voluntarista como la angustia y el desánimo paralizante.
Los ciclos anteriores se dieron en marcos de desatención, crisis o repliegues imperiales, que aflojaron los lazos de la dependencia. No parece el caso esta vez, ya que el repliegue de los EEUU se produce sobre su “Hemisferio Occidental”, donde venimos a estar nosotros. Si recordamos la Independencia, más que a la caída de la Junta de Sevilla, el momento parece evocar a la restauración borbónica y la expedición de Morillo, que cayó sobre Venezuela. Tampoco se aprecia una ola de movimientos hermanos que se hagan gobierno a lo largo de Latinoamérica.
Se cuenta, no obstante, con un activo nada desdeñable: como nunca en nuestros más de cien años de soledades intermitentes, perdura el resabio de la última ola de gobiernos populares, como memoria viva y palpable, como dirigencias activas aunque en derrota, como la esperanza que fue para buena parte del mundo, como vínculos intensos entre nuestras comunidades, políticos, culturales, migratorios, académicos. Si a comienzos del siglo XX la Unión Americana parecía cosa de profetas solitarios y culturales, más que estatal y política; si a mediados de ese siglo las internacionales actuantes fueron las del panamericanismo, las izquierdas internacionalistas, las multinacionales y las de la doctrina de la seguridad nacional, con tenues pinceladas desarrollistas o socialdemócratas; hoy perduran los efectos de una dinámica de intercambios bajo la advocación de Chávez, Lula, Kirchner, Evo, Correa, cuyo cénit fue el rechazo al ALCA en Mar del Plata. Las interrumpidas experiencias de UNASUR y de CELAC produjeron una interrelación inédita, que deberá retomarse con paciencia y con tino, pero que nos encuentra en un piso mucho más alto que en ocasiones anteriores.
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También, mirando antecedentes y en sentido contrario, este ciclo tiene un comienzo distinto en cuanto a su dinámica nacional. En 2015, cuando el peronismo deja el poder, no lo hace en medio de una derrota extendida del campo popular, en toda la línea; no es una debacle seguida de proscripciones, violencias y matanzas, como las de 1955 o 1976; no es un estallido del sistema de partidos como en 2001; ni tampoco un golpe como el del ’30, con la crisis, la entrega y el fraude de la Década Infame; ni como Pavón y Caseros.
La retirada de Cristina fue única, no sólo por la plaza colmada y el discurso de despedida. Llegó al final manteniendo sus posiciones, sin transigir para durar, desoyendo cantos de sirenas y oligarcas. La retirada popular se dio preservando activos como nunca antes: recursos humanos y materiales, institucionales y políticos, simbólicos y culturales. Poder capitalizar la experiencia intergeneracional ya es un avance enorme para el campo popular, y en este caso, además, se cuenta con un elenco político y en la gestión de gobierno, experimentado y probado, que aprendió, que se conoce. Normal en “cualquier país serio”, novedoso aquí para nosotros, promisorio para lo que viene.
Desde hace décadas el peronismo es el movimiento político que más autocríticas y correcciones se hace, aunque la inquina oligárquica lo pretenda obcecado, le niegue doctrina y lo equipare a una banda de salteadores que sólo busca acceder al gobierno. Realiza más autocríticas que las que declama, pero las lleva a la práctica.
La fórmula presidencial derrotada en 2015 y la triunfante en 2019 exhiben un componente de diseño en común: una apelación a la moderación en la cabeza, y un dispositivo de resguardo doctrinario en la vice. Un admitir que el conflicto permanente y abierto se hace difícil de sostener para un movimiento asediado por las grandes corporaciones oligárquicas, la hegemonía imperial y una oposición interna que golpea por izquierda y por derecha, por exceso y por defecto, a cada paso.
La diferencia de votos entre el triunfo y el fracaso no fue tanta en un caso y en otro, y no fue sólo cuestión de los candidatos. La presencia de Cristina en la fórmula resulta determinante, y el detalle de que la principal dirigente vaya segunda tras una figura fuera del radar de las encuestas y que no era precandidato, la agiganta. La originalidad de la jugada sólo encuentra el antecedente de Framini-Perón en 1962, cuyo anuncio no se convirtió en acto, aunque sirviera para develar que seguían las proscripciones. Escuchando de nuevo el discurso del 9 de diciembre, y muchas de sus intervenciones posteriores hasta la presentación de Sinceramente en la Feria del Libro, la jugada recuerda a La carta robada de Poe.
El libro Sinceramente resulta una operación de relojería política. Trasciende su contenido biográfico, histórico o literario, por su impacto, por su recepción impresionante, por su eventual lectura masiva, por el formato “humanizador” de la autora al presentarse en actos multitudinarios y devotos. Y por el detalle -last but not least en un país de chismosos- de concebirse, gestarse, escribirse, contratarse con una editorial multinacional de habla hispana y conservarse en secreto hasta pocos días antes de su aparición.
La clave del éxito del peronismo se cifra no tanto en la moderación, sino en la unidad. La coalición de gobierno que asumió el gobierno en 2001 –acuerdo inestable e insuficiente de radicales y peronistas orientados por Duhalde y Alfonsín- se fue afianzando y creciendo con Kirchner hasta 2008, cuando se produjeron la crisis internacional de las subprime y el conflicto con las patronales agraristas. La puja de la oligarquía, los fondos buitres y etc. contra el movimiento popular tuvo un punto de inflexión cuando, a un tiempo, se produjo el quiebre de la coalición peronista y la unificación de la entente oligárquico extranjerizante.
La tercera vía como teoría superadora fue la coartada para la división que llevó a nuestra derrota. Si se comparan las elecciones de 2007, 2011 y 2015, vemos una sociedad dividida, en que se impone el sector que unifica su campo. La permanencia del núcleo peronista kirchnerista, posicionado con claridad contra la política de Macri, mostró la falacia de las avenidas del medio y el mentido rostro amable de CAMBIEMOS, que prometía no tocar conquistas, mantener lo bueno y corregir lo malo.
Ese diseño de la fórmula, promovida por una Cristina que resigna la primacía que propios y extraños le asignan, consolida su rol histórico de estratega. En ese papel logra tallar en el viejo tópico de caudillismo y conducción, herencia y continuidad, gregarismo y organización del Movimiento. Tiene éxito donde otros ni lo intentaron, o dónde todo quedó en el terreno de la enunciación o del fracaso, en el sentido de institucionalizar, alentar nuevos liderazgos, compartir el poder en coalición. Debemos valorar el gesto, entender y hacer carne la actitud, priorizar la unidad como valor y desarrollar una cultura política en su torno; cultura de procedimientos que no implique abjurar de posiciones ni valoraciones, sino desplegar herramientas para dirimir sin poner en riesgo la coalición.
Los debates y los puntos de vista encontrados, las pujas por el control del gobierno y la conformación de elencos de gestión, las diferencias por el ritmo y la dirección de avance, son naturales y lógicas; lo que no deben es afectar la calidad de la gestión ni poner en riesgo la unidad del dispositivo político. Recordar a Bolívar y su “¡Unidad, o la anarquía os devorará!”; y al Mao que advertía “Cuando nos unimos, no olvidar que va a traicionar; y cuando traiciona, no olvidar que nos vamos a tener que volver a unir”.
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Recordando aquellas etapas que atribuía Perón a todas las revoluciones -doctrinaria, toma del poder, dogmática, institucional-, este quinto tiempo peronista se insinúa virtuosamente original en las formas que hacen a la sucesión, los acuerdos institucionales y un liderazgo más distribuido. No hay originalidad, en cambio, en una virtud que se repite en los comienzos peronistas: convocar con amplitud a las distintas tradiciones políticas y corrientes ideológicas. Esa operación semántica de apelar a refundir identidades y catalizarlas en un nuevo tiempo, está impregnada en los gestos que van desde la presentación del candidato –coartada para la reunificación partidaria y gesto de distensión ante el frente enemigo-, en el tono de la campaña electoral, en el discurso de asunción ante el Congreso, en la paciencia pedagógica de la comunicación presidencial, en los silencios y las voces de la vice, en la conformación plural de ministerios y embajadas. La propia frase de “la vuelta de página” se inscribe en ese registro, aunque desde las márgenes se la haya querido interpretar como claudicación o como utilización oportunista.
Desde 2003 el kirchnerismo fue atrayendo y absorbiendo buena parte de la identidad alfonsinista, aún a costa de simplificar la historia, del mismo modo que captaba la de ciertas izquierdas y reciclaba un montonerismo naif. El devenir de la película hace olvidar que en aquel comienzo del ciclo hubo también una fuerte interpelación al nacionalismo militar y al productivismo desarrollista, aunque estas dos apropiaciones de sentido fueron impugnadas con éxito desde el campo oligárquico más tarde, al calor de la reapertura de los juicios a la represión dictatorial y del conflicto con las grandes patronales que se desató tras la resolución 125. En el fragor de la lucha y con el sesgo de las pasiones, nuestro propio cuerpo político luce por momentos como un desarrollismo moderado de discurso guevarista, y la superioridad del dispositivo de comunicación del enemigo nos dibuja como caricatura de nosotros mismos.
Cuidar las formas es un hábito que debemos cultivar. No ladrar si no mordemos no nos hará menos valientes. La asimetría en la capacidad de comunicación debe exigirnos un esfuerzo grande para compensarla, y debemos tratar de hablar nosotros sobre nuestra agenda, evitando que sea el enemigo el que nos haga hablar por nuestros errores o inconsistencias.
Hemos padecido el lawfare y quizás hayamos demorado mucho en darnos cuenta de cómo se urdía la trama. Es una de las tantas líneas que la diplomacia imperial derrama desde el Pentágono hacia nuestra América. Sobre realidades dolientes, azuzan y construyen los fantasmas de la inseguridad, la inflación, el narcotráfico y el terrorismo. Sectas protestantes, servicios de inteligencia públicos y privados, funcionarios judiciales, policías y predicadores periodísticos se despliegan, presionan y desgastan gobiernos díscolos.
Queda claro el error de apreciación de quienes pretendieron ver un matiz de peronismo en la era Trump, que supone por el contrario una degradación del orden internacional, y abjura de las pretensiones morales del Destino Manifiesto y de Occidente. Habilita, potencia y proyecta el supremacismo y el racismo, como variante “neofascista de potencias satisfechas”.
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Vinculado con esto hay otro punto, también transitado por nuestros movimientos nacionales a lo largo de la historia, que es el de adoptar la agenda mundial desde la perspectiva y el interés propio. Esas tendencias internacionales que cruzan nuestra sociedad en tránsito a la universalización, son un poco sociales, un poco culturales, un poco globales y un poco imperiales. En nuestros países la ampliación de derechos, la protección de las minorías, la preservación del ambiente, la profundización de la democracia, están vinculadas a la expansión de nuestras autonomías nacionales y la integración regional. Las militancias de los particularismos temáticos son estériles si su carácter es centrífugo y sus lógicas blindadas y absolutas, mientras que resultan un aporte si, centrípetas, se inscriben en la lógica de acumulación de poder popular y de cohesión del espíritu nacional. Hay agencias imperiales que promueven el activismo estridente en torno al cambio climático, la defensa del ambiente, la diversidad racial y sexual, el avistaje de ovnis, ciertas sectas religiosas, el mascotismo, el Club del Rifle, los derechos humanos que les convienen, etc., pero que lo conciben como pretextos disolventes para dividir e inhibir la emancipación de los pueblos. Hay que tenerlo presente para distinguir la moneda falsa de la de buena ley. Lo de siempre, que hoy se acelera y se expande por la globalización instantánea de las redes electrónicas y la comunicación digital. Tomar y nacionalizar cada una de esas tendencias es un desafío renovado para el nuevo tiempo peronista.
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Se ha puesto de moda entre politólogos la frase de un historiador estadounidense de La trampa de Tucídides, para analizar el desafío que supone el ascenso de China para los EEUU, lo que signaría este tiempo del quinto peronismo. La cuestión no es menor ya que nuestro país tiene fuertes vínculos con ambos, muy asimétricos.
Visto desde acá y hablando de historiadores clásicos, las modas académicas podrían reparar, antes o además que en La Trampa de Tucídides, en el dilema de Polibio, un griego que asiste a la globalización forzada y romanizante del mundo del Mediterráneo, entre la batalla de Zamma y la derrota de los reinos macedónicos. ¿Qué camino podían tomar esos griegos desunidos, tras la caída de Cartago a occidente y con sus tantas divisiones en oriente? El sometimiento, la asimilación cultural, la resistencia abierta de Filipo, la diplomacia armada y recelosa de los Ptolomeos, la guerra intermitente de Antíoco, todas parecían inconducentes.
El peronismo debe reafirmar la tercera posición ideológica, tanto en el plano internacional como en el de una nueva sociedad. El camino no es optar por unos u otros, sino relacionarse con inteligencia preservando el interés nacional.
En 2003 se dio un juego en el que no siempre repara nuestra vulgata nac&pop. Las empresas privadas, las concesionarias de servicios y muchos tenedores de deuda eran europeos, y un cultivado vínculo con los EEUU ayudó a la rediscusión con ese verdadero cepo al desarrollo argentino que se había configurado en la década del ’90. Hoy el vínculo con Europa parece tener otra perspectiva. Se trata además de una Europa sin Inglaterra, que abre oportunidades favorables para un tiempo distinto.
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El primer yrigoyenismo, forjado en 25 años de obstinada oposición “al Régimen”, asumió sin programa conocido ni orientación de qué hacer como gobierno. Sus objetivos, demandas y promesas eran el sufragio libre y la vigencia de las instituciones. Lo que tuvo de avance y reparación, de nacionalista e igualitario, estaba guardado en la íntima convicción de su líder y en las aspiraciones imprecisas del movimiento, que se desplegaron ante la dinámica abierta con la Gran Guerra. Las formulaciones doctrinarias y sus realizaciones estatales fueron posteriores, a prueba y error.
El primer peronismo, en cambio, surgió casi como la diosa Minerva de la cabeza de Júpiter, ya entera y constituida. Muchas de sus medidas trascendentes estaban presentes en el programa del GOU y se dictaron antes del 4 de junio de 1946. No es solamente cómo llegar al Estado, sino contar con una visión integral -cosmovisión, doctrina o ideología-; y tener en claro la importancia del planeamiento en la gestión estatal y la política de gobierno. Aquellas circunstancias fueron muy diferentes y todas lo son, pero resulta útil cotejarlas con las nuestras, el proceso tras el estallido de la convertibilidad, los cuatro gobiernos peronistas que le siguieron, el triunfo de Macri, y el anhelo de un nuevo ciclo nacional y popular, más extendido y profundo.
Del planeamiento de guerra al posmodernismo abdicante, el individualismo consumista ha inhibido, en el pensamiento político y en la academia, toda vocación seria de poder. Como ya no se cuestiona el orden global, como ya no se aspira al poder total, impera la lógica del fragmento, muy en paralelo a la cuota de poder que se está dispuesto a pelear o mendigar. Si no recuperamos la vocación de poder total, no podremos cuestionar a los actores globales que atraviesan nuestro país con voluntad de degradarlo, ni recrear una propuesta que enamore a nuestros pueblos.
El primer peronismo organizó el Congreso de Filosofía de Mendoza, convocó a filósofos de renombre internacional y ofreció al mundo una doctrina, que suponía alternativa y superadora. Para soñar hay que soñar en grande. En la primera década de este siglo los gobiernos nacionalistas y democratizadores de la América del Sur proyectaron su influjo internacionalmente y alentaron una esperanza. Las derrotas políticas sufridas no deben apartarnos de la huella, que debemos recuperar y plasmar en propuestas de gobierno. Hay que pensar global y estratégicamente –sin desmesuras ni errores transitados- y luego, iterativamente, corregir, rectificar, negociar. Si empezamos al revés, terminaremos empantanados y tomando caminos propuestos por otros.
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El nuevo ciclo peronista emerge en relativa soledad regional y en el marco de dos procesos. Por una parte, avanza con la era digital una reconfiguración cultural del mundo. Por otro lado, se debilita el sistema internacional de naciones surgido tras la Segunda Guerra. Las grandes potencias proyectan su poder estatal y se retiran de los acuerdos multilaterales. La pugna por el espacio, por los mares, por la Antártida, por el espectro de telecomunicaciones, por internet, pierde institucionalidad, lo que supone una mala noticia para los débiles. Multinacionales y grandes jugadores globales parecen no necesitar que en todo el mundo se afiancen estados nacionales, y practican la rapiña con guerras privatizadas en vastos territorios. En ese marco debe ser un objetivo preservar la América del Sur en su estatalidad y como zona de paz.
El nuevo tiempo peronista debe actualizar su dispositivo doctrinario, rescatar los valores espirituales que han configurado la Nación del Plata, y entrelazarlos con modernizados objetivos soberanistas. Los valores democráticos e igualitaristas deben continuar incorporando derechos según las tendencias universales de la época. Nuestra soberanía nacional deberá defenderse sobre nuestro espacio marítimo, nuestras Islas y la Antártida; en su proyección aeroespacial; sobre las redes telemáticas y las cuotas necesarias del ciberespacio. Los dispositivos culturales, desde el lenguaje a la cartografía, serán espacios de disputa en las próximas décadas. Nuestro espacio continental americano también será objeto bajo presión, y debemos bregar por una integración en dos planos: el de la inserción articulada en la unidad regional, y el de un territorio argentino más integrado en sus infraestructuras, con una distribución poblacional más homogéneamente repartida. Volver a planificar y hacer doctrina nacional de obras y servicios públicos para el desarrollo, y no para el extractivismo y el despojo; incorporar la dimensión del cuidado ambiental; y afianzar como objetivo el de una sociedad cohesionada donde no haya población sobrante o excluida. La consigna “gobernar es crear trabajo” está asociada al desarrollo industrial que genere empleo de calidad, y a la investigación científica nacional que debe promover grados crecientes de autonomía tecnológica. El hábitat digno y el equilibrio poblacional constituyen objetivos de dignificación popular y de cohesión nacional ineludibles.
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El quinto peronismo arranca desde el pozo de una deuda externa concebida y diseñada como saqueo oligárquico y como cepo imperial. A poco de andar se topa con la primera epidemia propagada en tiempo real y percibida a través de los mass media de la aldea global.
Un objetivo de nuestro quinto peronismo debe ser combatir la primacía del capitalismo financiero, que no sólo nos saquea y nos hostiga desde Martínez de Hoz, sino que coloniza el sentido común de vastos sectores, promoviendo el individualismo consumista con atrabiliarios catecismos económicos. Reformar la ley de entidades financieras, limitar la sangría de divisas y la elusión impositiva de los millonarios, así como gravar sus grandes fortunas, en general mal habidas, debe ser un imperativo nacional. El giro proteccionista de las potencias anglosajonas abre una oportunidad para el descrédito de los mitos del neoliberalismo conservador.
La epidemia del coronavirus ha producido un impacto que es difícil de medir envueltos en su propio desarrollo. Ningún elemento racional permite decir que el mundo vaya a ser mejor después de la calamidad. Sí parece que el gobierno y la sociedad argentina tuvieron y aprovecharon la oportunidad para prevenirse, prepararse y afrontar la peste bastante a tiempo y con relativo éxito. Durante los primeros meses la valoración del gobierno peronista, que ya venía en alza sin epidemia, creció notablemente. Tiene sentido, puesto que en la emergencia el instinto social es respaldar la autoridad. Con la pandemia parecen amplificarse luces y sombras sobre el escenario.
Pareciera que sobre esa tendencia se dio el buen tino de Fernández. A poco de andar, y quizás por esa valoración positiva, un sector del poder establecido y de la oposición pasó abiertamente a desgastar al gobierno, dando palos porque bogas, y palos porque no bogas. De criticar al gobierno por no cerrar a tiempo las fronteras, a cultivar el anticuarentenismo como refundación de la Unión Democrática de 1945. Escribimos, de todos modos, cuando se acercan el invierno y el pico de la crisis, y es difícil predecir el resultado.
Sí queda claro que el COVID19 signará nuestro tiempo, y con él al quinto peronismo. Y también que la epidemia pone en crisis aquellos mitos del individualismo librecambista, que ya venían a los tumbos. No quiere decir que los mate, sino que habilita un amplio campo para la impugnación de mentiras hegemónicas cultivadas por décadas.
Bueno es recordar ante mentidas meritocracias que los sistemas de aguas y sanidad fueron producto de la necesidad comunitaria ante las pestes. Las grandes aglomeraciones, y los bolsones de marginalidad dentro de ellas, adquieren una nueva valoración negativa en tiempos de epidemias. La peste no hace distingos, y es una de las dimensiones de la horda humana refractaria a las ideologías individualistas. La historia muestra que de la peste a veces no se sale; que otras veces se va sola, aunque no gratis; y que si se la quiere prevenir y conjurar debe ser colectivamente.
Se dice que la peste es democratizadora, y es cierto. La peste democratiza en la muerte. De lo que se trata es de hacer democrática la vida.
Rosario, 1° de junio de 2020
Realmente una descripción veraz precisa y objetiva de la realidad actual de la política argentina y de la quinta etapa de peronismo. Como también el merecido reconocimiento a Cristina como la conductora ideológica y estratégica del movimiento. Aún a costa de dejar de lado su merecída primacía y depisitarla en un candidato que ni siquiera estaba en las encuestas. Reconocíendo en ella la estrategia del libro SINCERAMENTE con el que recorrió el país con su verdad. Ni que hablar que también destaca la fabulosa obra de unificar al Peronismo que estaba desarticulado y enfrentado entre sus fracciones. Lo cual agiganta la calidad militante estratégica y de líder de Cristina. Realmente muy válido este comentario. Digno y necesario, que lo hace válido del agradecimiento de todos los peronista s en principio y del resto de los argentinos también. Dios salve a Cristina y al Peronismo en favor y gracias de Argentina.
ResponderEliminarUna lectura clarísima de la actualidad y un pantallazo histórico que nos ubica. Gracias Sergio por compartir tus pensamientos
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