Leyendas de nuestra tierra
Leyendas
de nuestra tierra
Una opinión muy extendida dice que el
Estado Nacional cuenta con gran cantidad de tierras en propiedad, abandonadas o
subutilizadas, que constituyen una enorme reserva de la que se puede echar
mano.
En tiempos de ajuste y deuda externa,
esa argumentación alienta que se vendan inmuebles bien ubicados, a precios muy
acomodados y a gente muy conveniente[1].
Se afirma que esas ventas de tierras ociosas permitirían pagar obras
imprescindibles, reforzar las partidas presupuestarias de los organismos
usuarios o, directamente, mejorar la situación del erario público y afrontar
los compromisos externos. El argumento no es nuevo ni exclusivo de estas
pampas. En 2002 Ciampi y Berlusconi fabulaban vender el Coliseo y la Fontana de
Trevi para conjurar la crisis, paliar el déficit fiscal y afianzar a Italia en
la eurozona. En Grecia, con motivaciones semejantes, se han vendido islas
enteras[2].
En tiempos de expansión económica y
desarrollo, en cambio, esas tierras supuestamente ociosas e inagotables suelen
ser percibidas como reserva para la ampliación urbana, nuevas áreas
residenciales, planes de colonización y grandes obras de infraestructura.
Tras las leyes de Emergencia y Reforma
del Estado de 1989, la dotación de inmuebles del dominio privado del estado
nacional ha disminuido. Más allá de cambios menores, quedaron agrupadas en tres
grandes grupos, uno vinculado al uso ferroviario, otro al militar y un tercero
más general. Este último fue el más reducido, por transferencias interestatales
o ventas a particulares.
En los dos primeros casos se dio la
circunstancia de que los organismos usuarios vieron fuertemente reducidos sus
recursos y su importancia, y a la vez obtuvieron legislaciones particulares que
permitían (prometían) convertir los inmuebles de que se desprendieran en un
ingreso directo como fuente 13 para sus propios presupuestos. En los dos casos
trataron de conservar su dotación de inmuebles en medio de una demorada o
insuficiente redefinición de objetivos, planificación y redeterminación de qué
tierras eran necesarias y suficientes para su funcionamiento. Y durante casi
quince años -mientras conservaban sin plan y sin recursos suficientes aquellas
tierras asignadas en uso en tiempos muy anteriores y en circunstancias muy
diferentes- buena parte de esos ramales y estaciones ferroviarias, de estos
cuarteles militares, de aquellas bases aéreas y navales, fueron siendo
englobados por plantas urbanas que tuvieron, también y en general, más
crecimiento que planificación (pública).
La creación de la AABE (decreto
1382/2012) buscó a un tiempo centralizar la gestión y agilizar la
disponibilidad de tierras para programas de desarrollo, principalmente
habitacional y en el marco de la iniciativa del plan PROCREAR. Los
considerandos del decreto de creación tuvieron un correcto sentido contrario al
afán privatista y de lucro de las leyes del 89. El posterior Decreto
1416/2013 que buscó agilizar aún más la operatoria abrió una ventana de riesgo
al orientar la desafectación según la prioridad de PROCREAR y al dejarla a la
sola evaluación de la AABE. Sin planes integrales de gestión estatal sobre los
inmuebles privados del Esatdo, una urgencia sectorizada impuso el ritmo y los
resultados. Y luego, con el advenimiento de CAMBIEMOS y la ideología privatista,
la herramienta administrativa se convirtió en filosa navaja dejada en manos de monos gorilas, que torcieron por vía de la práctica y de la interpretación
reglamentaria aquellos objetivos de los considerandos iniciales. Abusando de la
norma hemos asistido a tres años de festín privatizador, sin ningún criterio ni
dimensión pública.
algunas
opiniones:
1. Aún si se vendiesen todas las tierras
asignadas en uso militar o ferroviario, el producido sería exiguo de cara a las
inversiones que requieren nuestras Fuerzas Armadas y ferrocarriles. Decir que
se vende para modernizarlas es una falsedad, porque son diferentes el
orden de magnitud de las ventas y el de las necesidades de equipamiento. Por
otra parte, esos fondos por venta no resultan suplementarios de las partidas
asignadas, sino alternativos. Aún en los casos en que el producido de la venta
llegue a la ejecución presupuestaria del organismo que se desprende del uso, en
la dinámica de la discusión y asignación interanual suele suceder que lo que se
suma por fuente 13 se detrae de la 11 o de alguna otra. Si es falso que Fuerzas
Armadas, Ferrocarriles, etc., se puedan modernizar vendiendo los inmuebles que
usan, mucho más falso es que desprenderse de tierras estatales alcance para
salvar las rentas generales o pagar la deuda externa.
2. Es un mal criterio desprenderse de
inmuebles del Estado Nacional sin planificación adecuada y actualizada respecto
de los objetivos y necesidades de sus diferentes organismos. Ese mal criterio
suele complementarse con otro déficit de planeamiento, ahora local, puesto que
muchas de las decisiones de afectar bienes del EN parten de una necesidad
sectorial, específica, acotada, no integrada a un plan de ordenamiento
territorial integral. De ese modo, la necesidad de cumplir con cierto
equipamiento social, o contar con tierras urbanizadas o fácilmente urbanizables
para construcción de viviendas, termina siendo el motor de una decisión que
anula posibilidades no definidas todavía de planes más vastos y estratégicos.
Concurren a esto, por cierto, dos problemas: uno, décadas de indefinición sobre
la reformulación de infraestructuras nacionales o necesidades militares, y
desfinanciamiento asociado; otro, urgencias desde la gestión local o específica
de resolver un determinado problema, muchas veces sin escala, sin financiamiento y sin plan
adecuado. El resultado suele ser el ir recortando un gran inmueble de potencial
estratégico, de a poquito, de a lonja, como Shylock en El Mercader de Venecia.
En determinado momento, el apuro, el mercado, la lógica del fragmento y del
corto plazo, termina -sin que nos demos ni cuenta- anulando aquel potencial
inicial y sin producir siquiera un impacto local de magnitud como para
recualificar un gran sector urbano. Sin pena ni gloria.
3. Los inmuebles del dominio privado del
Estado no son una reserva inagotable de tierras ni suficientes para las
necesidades de nuestro desarrollo. Para satisfacer las necesidades nacionales
y el bienestar de nuestro pueblo debemos partir, más que de la existencia y disponibilidad
de tierra en propiedad del Estado, de la correcta
planificación y de la declaración de utilidad pública de los inmuebles
necesarios y suficientes para satisfacerlas. La expropiación de bienes privados
es el camino correcto e ineludible para el buen resultado. La opinión
publicada y el sentido común cultivado critican muchas veces “el avance del poder
político” en su relación con el espacio público o la dación de tierras
estatales para satisfacer demanda sociales postergadas. Rara vez se señala que avanza
sobre la tierra estatal disponible debido a dificultades, falta de voluntad o
voluntad en contrario de avanzar sobre la propiedad privada, “fuente de toda Razón y Justicia” [3].
4.
“Un matrimonio, un terreno”, la propuesta del gobierno de San Luis[4],
es un camino que se debe explorar, profundizar y extender. Era práctica general
en tiempos de los incas. Es una manera de sustraer
el acceso al suelo de la especulación inmobiliaria y financiera, y una
herramienta que fortalecería el ordenamiento territorial, en la medida en que
el Estado lo impulse, planifique y evite entregarlo al mercado sin controles.
5.
Suele decirse, con la mejor intención, que el Estado debe intervenir en
el mercado inmobiliario porque tiene la obligación de compensar las desigualdades en el acceso
a la tierra. Tenemos que empezar a decir –volver a animarnos a decir- que más que compensar desigualdades hay que
garantizar igualdad para el acceso a la tierra, bajo reglas de ocupación y
de uso estrictas, vinculadas a la dimensión comunitaria y la preservación
ambiental.
Minerva, diosa de las mil obras[5]
Las circunstancias y la modalidad en que
accedieron al gobierno Yrigoyen y Perón fueron muy diferentes, lo mismo que su
historia, formación y liderazgos. Señalemos un punto en particular, relacionado
con la idea del planeamiento.
El primer yrigoyenismo, forjado en 25
años de obstinada oposición “al régimen”, asume sin programa conocido ni orientación
de qué hacer como gobierno. Sus objetivos, demandas y promesas son el sufragio
libre y la vigencia de las instituciones. Todo lo que tuvo de avance y reparación,
de nacionalista e igualitario, estaba guardado en la íntima convicción de su
líder y en las aspiraciones imprecisas del movimiento, que se desplegaron ante
la dinámica abierta con la Primera Guerra. Las formulaciones doctrinarias y sus
realizaciones estatales fueron posteriores, y a prueba y error.
El primer peronismo, en cambio, surge
casi como la diosa Minerva de la cabeza de Júpiter, ya entera y constituida. Gran parte de las medidas más
trascendentes están presentes en el programa del GOU, se dictan antes del 4 de
junio de 1946, se ponen en actos y se consagran en la Constitución de 1949. No
es solamente un problema de cómo llegar al Estado, sino de contar con una
visión integral, una cosmovisión, doctrina o ideología. Y es tener una idea muy
clara y definida de la importancia del planeamiento en la gestión estatal, en
la política de gobierno, en cómo tomar, mantener y construir el poder.
Sus circunstancias fueron muy
diferentes, claro, y todas lo son, pero resulta útil cotejarlas con nuestras
propias circunstancias, nuestro propio proceso tras el estallido de la
convertibilidad, y con nuestro anhelo de un nuevo ciclo nacional y popular, más
extendido y profundo.
Lo pequeño es hermoso
Para el tiempo de la caída del Muro de
Berlín se acumulaban críticas muy válidas sobre las tendencias del planeamiento
surgidas en el marco de entreguerras. La economía del Kaiser, el estatismo
fascista o soviético, las variantes norteamericanas, francesas e inglesas, el
Gran Salto Adelante, acumulaban críticas muy atinadas y había un reclamo muy
pertinente sobre incluir la participación de los actores, la sustentabilidad
ambiental y los cambios del paradigma tecnológico.
Esas valoraciones y esos análisis tenían
su recorrido en nuestro país, están muy claramente documentadas en textos técnico-políticos
de 1973/74, y fueron de los tantos debates clausurados por la dictadura. Las
críticas a la rigidez de la planificación de gran escala resurgieron en las
vísperas de los ’90 incorporando novedades europeas de un tiempo
socialdemócrata y dando cuenta del posmodernismo, la necesidad de deconstruir
los relatos fuertes y etc. Michael Porter y sus ventajas competitivas para
multinacionales fue traducido al catalán en clave socialista y comarcal, y
floreció una visión de la ciudad como sujeto que pelea por ser referencia y
atraer capitales en el vértigo del tráfico de los flujos y la escasez de los recursos.
Pero ahora, después de aquellos recelos
ante seculares abusos “del poder absoluto” del gobierno y del Estado, ya nadie
aspira a ser ni el Marqués de Pombal ni el Barón de Haussmann, ni a refundar
Lisboa o París. La reivindicación de la autonomía municipal se difunde como
discurso “polite”, con ecos jacobinos, sí, pero muy funcional a los intereses
que buscan degradar los estados nacionales para diluir controles sobre
oligarquías financieras y agencias trasnacionales.
Importado a nuestro país, el
municipalismo hace escuela, interpretando mal la historia del federalismo y
traduciendo en espejo deformante un regionalismo muy asistido en Europa por los
fondos estructurales de la Comunidad Europea. Aquí se plasma en la letra
constitucional del ’94, pero en un marco de transferencia de responsabilidades
a las provincias que escamotea los recursos necesarios para asumirlas. El falso
municipalismo abre además, para el Estado Neoliberal, una brecha para fragmentar
vínculos políticos e inmiscuirse en territorios provinciales díscolos. Una invocación
federalista del mismo cuño fractura y
debilita la capacidad de discusión nacional sobre los recursos naturales del
subsuelo, permitiendo a las grandes multinacionales negociar libremente con
cada provincia petróleo y minerales.
El polvo levantado por el derrumbe del
muro pudo justificar que se nublaran ciertas visiones, y algún ladrillazo en la
cabeza atontar algún entendimiento, pero –desorientación sincera o coartada
para irse al mazo- advino un largo tiempo de resignación en la política, justificado
desde “la academia”. La revalorización de las pequeñas historias personales y
de la vida cotidiana como objeto de estudio en la historia, la consigna de que
lo pequeño es hermoso, que la ciudad se construye por partes, que la
intervención puntual de magnitud y calidad es la que termina imponiendo su
marca, han signado tres décadas de caminar por Occidente sin horizonte ni
destino.
Otra tendencia bien intencionada ha sido
la del planeamiento estratégico y participativo. Llevado a la práctica, termina
demasiadas veces siendo una sumatoria de iniciativas fragmentarias, que se
mezclan sin integrarse, que se escriben sin presupuestarse, donde se abusa de
la idea de que con diálogo, cortesía y mecánica de taller, los malos se
redimen, los poderosos se allanan a la razón y se forja el interés general. Si
el planeamiento estatista atropellaba actores o se inviabilizaba por no dar
cuenta de la complejidad social, la ingenuidad del win-win encubre que mientras
se participa sin tiempo, sin meta y sin árbitro, los actores geopolíticos
globales y los jugadores fuertes del mercado configuran el futuro en otra parte.
Del planeamiento de guerra al
posmodernismo abdicante, el individualismo consumista ha inhibido, en el
pensamiento político y en la academia, toda vocación seria de poder. Como ya no
se cuestiona el orden global, como ya no se aspira al poder total, impera la
lógica del fragmento, muy en paralelo a la cuota de poder que se está dispuesto
a pelear o mendigar. No sucede sólo en la reconfiguración física del territorio,
de la propiedad y del hábitat, sino en telecomunicaciones, internet y el propio
sistema internacional.
Si no recuperamos la vocación de poder
total, no podremos cuestionar a los actores globales que atraviesan nuestro
país con voluntad de degradarlo, ni recrear una propuesta que enamore a
nuestros pueblos.
Se cumplen por estos días 70 años del
Congreso de Filosofía de Mendoza. En aquel tiempo el Presidente de los
argentinos organizó el encuentro, convocó a filósofos y ofreció al mundo una
doctrina, que suponía alternativa y superadora de las dos predominantes. Para
soñar, hay que soñar en grande, y ése camino es el que debemos recuperar y
plasmar en propuestas de gobierno. Lo lógico es pensar global y
estratégicamente –sin desmesuras ni errores transitados- y luego,
iterativamente, ir contrastando el avance, incluir, corregir, rectificar,
negociar. Si empezamos al revés, y en medio de la gestión gubernamental,
terminaremos empantanados y tomando caminos propuestos por otros.
Volver mejores, profundizar el modelo y
consignas semejantes sólo son posibles si aprovechamos este tiempo para
planificar un nuevo ciclo. No se trata de ser más deslenguados o estridentes, sino
más profundos, ambiciosos y precisos.
“las tardanzas de la justicia”[6]
En materia de acceso a la tierra y a la
propiedad hay que prestar más atención
al Poder Judicial.
Por un lado, y atento a su desmadrada colonización por parte de servicios de
espionaje y agencias internacionales, cabe sospechar de la curiosa
sincronización continental del “Caso Odebretch”, y la presión norteamericana
para favorecer sus empresas para la ejecución de grandes obras. Más allá o por
encima de las particularidades del caso, no
parece casual que se denuncie ahora la cartelización de la obra pública.
Desde 1975 los niveles de ejecución de obras descendieron abruptamente en
la Argentina, en paralelo a la destrucción de su concepción al servicio de la
integración y el desarrollo concebidos desde la órbita estatal. Con un duro
primer golpe cuando Martínez de Hoz y letalmente desde el ’90, desaparecieron
por una década larga las partidas presupuestarias y las oficinas de
planeamiento de obras y servicios públicos. La patria contratista se dedicó
a la gestión de los servicios ya existentes, etapa superior del prebendarismo
sin inviersión.
Ahora, tras doce años de reconstrucción
del sector, CAMBIEMOS vuelve a renegar de toda idea de infraestructura para la
autonomía estratégica de la nación y vuelve la poda de los renglones
correspondientes en el presupuesto. En paralelo, todo el sistema empresario
vinculado fue puesto bajo sospecha y amenazado de ser llevado a juicio.
Llama la atención que se clama contra la
cartelización pero sólo en el caso de la contratación y ejecución de obra
pública. Las almas buenas no encuentran problema alguno en la cartelización de
las multinacionales cerealeras, tan evidente que en Buenos Aires y Rosario no
se sienten las fluctuaciones de Amsterdam ni de Chicago. El precio lo acuerdan
aquí entre cinco, mientras los creyentes rezan al Mercado, esa deidad que nunca
han visto ni conocen. De la misma manera, y en pleno descontrol inflacionario,
la concentración en la distribución de alimentos no genera opiniones en
contrario. El problema es pura y exclusivamente con la obra pública, y
Odebretch se vuelve espada de Damocles que pende sobre la cabeza de los empresarios
contratistas del rubro, que llevan tres años en cuarto menguante, pero están
muy preocupados como para cuestionar el ajuste y pugnar por presupuesto. Sus
empresas valen menos. Ya pasó en los ’90. Ya pasó en la dictadura. Que lo digan
Papel Prensa y todas las empresas arrebatadas a sus dueños.
Durante nuestros gobiernos sufrimos otro
clásico del sector, que es el de las impugnaciones para demorar o impedir.
Tendríamos que rever la Ley de Obras
Públicas, y estar prevenidos para garantizar la transparencia, la libre
concurrencia y las ofertas más convenientes, pero al mismo tiempo poder contar
con mecanismos de contratación que no sean pasto seco para la judicialización
incendiaria, destinada a retrasar ritmos de obra y bloquear planes
estratégicos. Tras setenta años, y habida cuenta del despliegue de law fare y
que de Irak se repliegan mercenarios pero también especialistas en reconstruir
ruinas, debemos defender nuestro mercado nacional, proteger nuestro sector y
promover nuestros recursos también repensando
procedimientos.
Vendiendo pasado en copa nueva, la vieja
panacea cavallista de la iniciativa
privada vuelve remozada con la importación de los mecanismos PPP. Además de sus fracasos instrumentales, suponen resignar el rol estatal, la
dimensión colectiva y la autonomía nacional en la concepción, planificación y
ejecución secuenciada de obra y servicios públicos.
Queda
claro que muchas ONGs transparentistas, como la entronizada en la Oficina
Anticorrupción, son oficinas de espionaje y extorsión subsidiadas por empresas
extranjeras para sacar de la cancha competidores. Y también, claro, para torcer la
voluntad política de los gobernantes que no se plieguen a los dictados
imperiales.
Por otra parte y en materia de propiedad
inmueble, hay que poder desarrollar acciones más eficientes en el ámbito
judicial. La defensa por parte del estado, a través de sus abogados, de
numerosos litigios judiciales suele ser lenta, descoordinada y funcional al
statu quo. La paciencia estratégica favorece a apropiadores privados con
espaldas e influencias en las cortes. La tierra estatal debe tener mejor
defensa.
Desplegar una política habitacional
reparadora y de gran escala debe ir acompañado de evitar ocupaciones. Evitar la
represión a los excluidos por buscar un lugar para asentarse no implica consagrar
la ocupación como negocio con pobres y marginales ni renunciar a soluciones dignas
e integrales. Del mismo modo debe cortarse la práctica de urbanizaciones para ricos que primero
se inician y luego buscan legalizarse.
La experiencia
sanjuanina de especializar juzgados para que presten atención a las cuestiones
de tierras es para analizar, profundizar y difundir.
Si hablamos de transparentar . . .
Falsos profetas de la transparencia rehúyen
transparentar la dinámica de la propiedad inmueble y de sus grandes
propietarios.
Debemos resaltar, estudiar y explicar el
excelente trabajo desarrollado por el Registro Nacional de Tierras
Rurales[7]. No es
casual que uno de los primeros objetivos de gavilla gobernante haya sido, en
2016, suspenderlo y diluirlo, torciendo por vía reglamentaria la esencia de la
ley. La tarea enorme que se llevó adelante a partir de 2011 –en el acotado
universo de la tierra en manos de
extranjeros- logró visibilizar y tener certeza sobre quiénes son dueños de
qué inmuebles.
El
trabajo del Registro en relación al Consejo
Interministerial de Tierras Rurales muestra un camino posible, eficaz y
eficiente de trabajo cooperativo interjurisdiccional.
En
el mismo sentido es correctísima la idea de impulsar un observatorio de la gran propiedad inmueble (rural y urbana). El
Consejo Federal de Catastro es un ámbito razonable de articulación y
convergencia.
Otra
de las imposturas del gobierno de CAMBIEMOS ha sido anunciar un organismo que
regularía las valuaciones fiscales[8].
Leyendo el anuncio oficial vemos que lo “regulatorio” del título se convierte,
cuando vamos al texto, a estudiar obviedades. Parece más bien una coartada para
tomar deuda de organismos internacionales, producir informes e intentar vender luego -justificando con esos informes- actualizaciones catastrales enlatadas. Es un
mecanismo muy practicado en los años 90, de pobrísimos resultados, y que paga a
consultorías extranjeras lo que se niega a profesionales argentinos.
Dicho
esto y de todos modos, merece transitarse con mejores afanes la idea de una
convergencia en las valuaciones y mejorar el tratamiento impositivo de la
propiedad inmueble.
Tendríamos
que prohibir que empresas constituidas en paraísos
fiscales puedan ser propietarias de bienes inmuebles.
[1] como en esos juegos de palabras, se podría
intercambiar sustantivos con adjetivos y decir, por ejemplo, inmuebles muy
convenientes a precios ubicados y gente muy acomodada.
[4]
https://viapais.com.ar/san-luis/485679-una-ley-para-los-recien-casados-en-san-luis-un-matrimonio-un-terreno/
[5] Así la
llama Ovidio en La metamorfosis.
[6] Una de
las quejas del príncipe Hamlet
[7] (Ley
26.737 Régimen de Protección al Dominio Nacional sobre la Propiedad, Posesión o
Tenencia de las Tierras Rurales)
Excelente artículo para repensar en este año 70 aniversario del Congreso de Filosofía.
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