Dafne y Apolo

La ninfa Dafne recibió de Eros la flecha de plomo portadora del odio y el rechazo, al tiempo que el dios Apolo recibía la de oro, que llevaba el amor apasionado.
Apolo rogó sus favores a Dafne, que se le negó rotunda y reiteradamente. Pero los dioses son tenaces y crueles, así que la persiguió con mayor obstinación y cuando estaba a punto de alcanzarla y someterla Dafne quedó plantada en el suelo, sus pies se convirtieron en raíces, su piel en corteza, sus brazos en ramas y sus dedos y pelos en hojas de laurel.
El dios burlado consagró al laurel como su árbol, le dio algo de la eterna juventud –por eso no pierde sus hojas- y desde entonces sus ramas ceñirían la corona del triunfo.
Ovidio lo contó en su Metamorfosis, y Gian Lorenzo Bernini esculpió en el siglo XVII la fantástica escena, que se exhibe en la Villa Borghese de Roma.
Esa hibridez de la escena, ese ser a mitad de camino entre la ninfa y el árbol, simboliza la belleza y la virtud.
En espejo, la hibridez de los periodistas con servicios de espionaje simboliza la fealdad ruin.
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